lunes, 17 de octubre de 2011

La única mujer

Después de muuuucho tiempo, aquí regreso para dejaros un relato que hice para el blog de las Excomulgadas en un concurso que hicieron hace meses ^^.
La portada me la hicieron Tses (dibujo) y Yueshi (letras) gracias chicas!!!

Espero que os guste y disfrutéis leyéndolo...


La única mujer

Sin poder hacer nada más que rendirme al placer, eso hice...

Había salido del trabajo malhumorada. Mi jefe exigía que trabajara más ¡yo, que soy la que más hace! Así se lo dije, pero parecía que tenía cosas más interesantes que mirar, y babear. Seguí su mirada y descubrí por qué me ignorara. Había entrado a trabajar, unas semanas antes, una chica despampanante y claro... novedad en la oficina. Todos los tíos babeaban por ella.

Frustrada, regresé a mi oficina y no pude resistir el mirarme en el espejo de cuerpo entero que tenía allí. Admito que no soy una mujer que quite el hipo, mi cuerpo no seguía el canon de belleza de la actualidad, pero saberse deseada siempre era bueno. Y en esos momentos odiaba a aquella chica.

Ahora estaba entrando en la casa que compartía con mi pareja desde hacía unos meses, necesitaba verlo y saber que alguien me mira con deseo y sentirme la única mujer en el mundo para él.

- Hola, ya llegue... – no se oía ni un ruido – Pablo, ¿estás en casa?

Genial, sencillamente genial, estoy sola en casa. Dejé el bolso y el abrigo en la habitación y fui a la cocina, no tenía muchas ganas de cenar, pero algo había que comer. Me preparé un sándwich simple y fui al salón a ver qué película daban en la tele. Me tumbé en el sofá de tres plazas tapándome con una manta y estuve mirando la tele pero sin verla. Mi mente seguía dándole vueltas a lo sucedido ese día en la oficina. ¿Qué se sentiría ser admirada por tanta gente? Descubrir que no eres indiferente para los hombres...

Definitivamente eso no era para mí. Todas queremos ser deseadas, pero me conformo con que un solo hombre me desee y justamente ese hombre ahora no está.

Refunfuñando, me tapé con la manta para aplacar el desasosiego que tenía y sin darme cuenta, me quedé dormida.


Sentí frío en mi cuerpo, siendo aplacado enseguida por un calor muy acogedor. Me acerqué a ese calor y escuché un leve sonido que animó a mi cuerpo y volví a acercarme más al calor.

- Luna cariño, despierta.
- Mmm...
- Como sigas moviéndote así no llegamos a la habitación – su voz sonaba ronca y profunda, pero no pude identificar si por el deseo o por mi estado de somnolencia.
- Yo estoy muy a gusto aquí – dije contra su cuello.

Pablo me tenía en su regazo y acariciaba mi cuerpo con sus manos.

- Tú estás cómoda, pero yo... – Pablo movió las caderas contra mi costado, dejándome notar su dureza.
- Puede que consiga que los dos estemos cómodos – dije levantando la vista atrapando la suya.
- Y... ¿Cómo lo harías? – me sonrió, con su sonrisa pícara, la que más me encantaba.
- No te muevas – le susurré mientras me levantaba.

Pablo estaba sentado en el sofá mirándome abiertamente. Me acerqué a la televisión y la apagué, solo quería escucharnos a nosotros, bajé la intensidad de la luz y me giré para mirarle.

- Empiezo a sospechar cuales fueron tus verdaderas razones para insistir tanto en poner regulador de luz en el salón - Solo me sonrió. 

Regresé a mi posición frente a él. Sin dejar de mirarle a los ojos, comencé a desabrocharme la camisa, botón a botón, muy lentamente. Por suerte, soy una mujer a la que le encanta la lencería y siempre llevo ropa interior digna de momentos como este. Esta vez tenía uno de los conjuntos de color negro, el sujetador era completamente de encaje, no dejaba nada a la imaginación, y la parte inferior era exactamente igual, un culote que enseñaba más que tapaba.

Iba por el cuarto botón de la camisa desatado, dejando a la vista parte de mi sujetador, y Pablo se removió en el sofá. Entonces, mientras continuaba con mi lucha con los botones de la camisa, me fijé en él. Tenía las manos a ambos lados de su cuerpo y estaba más tumbado que sentado, cualquiera que lo viese pensaría que estaba totalmente relajado, pero yo sabía la verdad. 

- Mmm, quizás deba parar. No parece que te agrade lo que estás viendo... ¿o sí?
- Continua - Pablo me miró a los ojos por primera vez desde que comencé a desnudarme, su voz era apenas un gruñido.

Me sentía poderosa y excitada a la vez, si continuaba mirándome de aquella manera me correría sin que me tocase. 

La camisa estaba desatada entera, pero no me la quité, si no que continué con el vaquero. Sin muchos juegos me deshice de él y lo dejé hecho un lio en el suelo. Estaba en mi camisa negra de seda y con la ropa interior solamente. La mirada de Pablo recorrió todo mi cuerpo, yo no estoy conforme con mi cuerpo, estoy gordita, pero Pablo lo encontraba sensual, excitante y sobre todo comestible, siempre me decía esas palabras cuando presentía que empezaría a criticar mi propio cuerpo. Aún no sabía cómo un hombre como Pablo estaba conmigo, todo el mundo me dice que es un gran partido que no lo deje escapar, él siempre dice que eso no es verdad, que la suerte está en su lado, al tenerme a mí. Mi cuerpo ardía de excitación por los pensamientos de su amor por mí y del mío por él. 

Continué donde estaba, dejando que su mirada recorriese mi cuerpo a placer, encendiéndole donde sus ojos se posaban, como si su mirada fuese una caricia ardiente. Me dolía el cuerpo de deseo, mis pechos estaba preparados para ser tocados, mis pezones reclamaban atención y qué decir de mi entrepierna.

- Ven – una simple palabra que derritió mi cuerpo.

Me acerqué despacio a él, colocándome entre sus piernas abiertas, rozando el sofá con las mías. Pablo se incorporó y sin rozar mi piel, desató el sujetador y soltó los tirantes de sus sujeciones, provocando que cayese al suelo, dejando libres mis pechos bajo la camisa abierta. Sus manos acariciaron mi estomago llegando hasta la cintura del culote, que no tardó en reunirse con mi sujetador. Sus labios besaron mi estomago y sus manos agarraron mi trasero acercándome más a él. Levantó la mirada atrapando la mía incorporándose a escasos centímetros de mí para besar mis labios y comenzar un camino descendente por mi cuello hasta mi sexo.

Verle descender y sentir cómo primero lamía y después atrapaba mi clítoris entre sus diente fue demasiado para mí. Cerré los ojos y me rendí.

Sin poder hacer nada más que rendirme al placer, eso hice...

Mi cuerpo seguía cada uno de los ataques que Pablo daba a mi sexo. Mis caderas se adelantaban cuando su boca me probaba y se retiraban cuando cambiaba la técnica de ataque. Las manos de Pablo amasaban mi trasero y me acariciaban desde atrás, aumentando las sensaciones. Mis manos estaban en sus hombros, agarrándolo con fuerza por temor a que mis piernas dijeran basta y cayera al suelo sin remisión.

Pablo se separó de mi cuerpo, dejándolo anhelante del calor sensual de su boca y sus caricias.

- Ven – su voz era apenas audible.
- Voy a pensar que te has vuelto tonto… solo dices ven – a pesar de estar al borde del abismo todavía era capaz de bromear.

Le obedecí y dejé que él me guiase. Me acomodó en su regazo con mis piernas a cada lado de sus caderas, dejando mi sexo desnudo y lubricado en contacto con la dureza de su miembro, que pude percibir a través de vaquero. Sin remediarlo exhale un gemido al sentir la aspereza del pantalón sobre mi sensible piel y comencé a moverme contra él. Pablo me sujetó las caderas, marcando el ritmo de mis movimientos y me besó. Aún tenía mi sabor en la boca.

Mi cuerpo estaba en llamas necesitaba desesperadamente acabar con aquella agonía, necesitaba correrme más que nada en el mundo.

- Necesito…

No pude acabar la frase, en un simple movimiento Pablo me levantó, me colocó de rodillas delante de él y mientras que con su boca capturaba uno de mis pechos sus manos me invadieron. Me introdujo dos dedos y la otra mano acarició mi clítoris con movimientos fuertes y continuos hasta que grité por el orgasmo que al fin atravesó mi cuerpo. Continuó con su asalto hasta que caí desfallecida en sus brazos, suspirando de placer e intentando no caerme, lo rodeé con mis brazos.

Levanté la cara de su cuello cuando fui capaz y lo observé. Él aún estaba completamente vestido.

- Me parece injusto la situación. Yo desnuda…
- No del todo – me contestó pellizcando uno de mis pezones a través de la seda de mi camisa.
- Semi-desnuda – dije apartando sus manos de mi cuerpo, si volvía a acariciarme dejaría de pensar – y saciada, por el momento – sonreímos a la vez -, y en cambio tu vestido y… - me moví en su regazo, Pablo cerró los ojos – tan tenso como al principio. Déjame ayudarte.

Mis manos descendieron desde su cuello, por su pecho, hasta llegar al borde inferior de su camisa. Mis manos vagaron por su estomago, notando cómo sus músculos se tensaban por mis caricias. A medida que ascendía por su pecho la camisa iba desapareciendo, terminando tirada en el suelo junto con mi ropa.

Mis labios buscaron los suyos y mis manos acariciaron su cuerpo en un movimiento inverso al anterior, ahora me interesaba deshacerme de la parte inferior. Éramos dos personas que necesitaban tocar, probar y sentir al otro, nuestras manos volaban por nuestros cuerpos, nuestras bocas se peleaban en la lucha más antigua y sensual existente.

Al fin conseguí llegar a mi objetivo y rompiendo el beso, descendí por su cuello, regando de besos y mordiscos el camino. Mis manos desataron sus vaqueros y sin aguantarlo más, introduje mi mano para acariciar la suave piel de su miembro erecto. Pablo lanzó un suspiro, dejando caer la cabeza contra el sofá, mi mano se alejó de su captura y con su ayuda conseguí deshacerme de los pantalones. Estaba desnudo ante mí, sentado desenfadadamente en el sofá con su miembro saludándome y tentándome a no dejarle por más tiempo sin atenciones.

Me coloqué entre sus piernas, obligándole a abrirlas al máximo. Mis yemas rozaron el fino bello de sus muslos ascendiendo lentamente, tentándole. Me sujeté a sus hombros y coloqué mis piernas a cada lado de sus caderas, como antes él me había mandado. Estaba completamente empapada por la excitación del momento y las atenciones de Pablo. Sus manos sujetaron mis nalgas acercándome a él, pegando nuestros cuerpos y besando la porción de pecho que la camisa dejaba ver de mi cuerpo, ascendiendo después por mi cuello, raspando mi mandíbula con su incipiente barba, hasta alcanzar mis labios y atraparlos con los suyos. Ahora me tocó a mí gemir.

Sus manos me agarraron de las caderas sujetándome con fuerza, bajando mi cuerpo por el suyo hasta sentir su miembro rozar el mío, buscando mi entrada, pero yo no se lo iba a poner fácil. Me sujeté más fuerte en sus hombros cambiando la dirección de mi cuerpo evitando que su miembro entrara en mí, si no que se restregara contra él. Sonreí contra sus labios al escucharse su gruñido.

- No quieras acabar tan pronto – le dije, sentándome completamente en sus caderas.

Ahora mi sexo quedaba completamente abierto contra el suyo, impregnándolo con mi deseo. Fui yo quién lo besó en ese momento a la vez que mis manos se enredaban en sus cabellos y mis caderas se movían contra él. Mis movimientos eran lentos y fuertes, buscando el máximo contacto. Sus manos regresaron a mis nalgas, ayudándome en el movimiento, guiándome. Las respiraciones eran cada vez más urgentes y superficiales, nuestro cuerpos comenzaron a sudar necesitando liberarse de la tensión tan deliciosa que se tiene antes de llegar al clímax.

- No puedo más... necesito sentirte dentro de mi – dije colocándome de nuevo de rodillas delante suyo –. Ahora.

No necesité repetirle la orden, sus manos sujetaron con mayor fuerza mis nalgas, cerré los ojos esperando y deseando el placer que necesitaba, y bajándome lentamente, colocó la punta de su duro miembro contra mí, pero ahí se quedó, no se movió. Mis ojos se abrieron por la sorpresa y buscando la respuesta a ese comportamiento. Me encontré con la mirada azul de Pablo, me miraba fijamente y sonrió con su pícara sonrisa.

- Ya me tocaba a mí jugar un poco, ¿No crees?
- Has elegido mal momen… - Mi frase quedó inacabada. 

Pablo empujó de mis caderas hacia abajo provocando que entrase hasta el fondo de mí de una sola embestida, dejándome sin pensamiento racional alguno. 

- ¿No quieres hablar ahora? – me preguntó en tono gracioso.
- Cállate y continúa - Esta vez no jugó, nuestros cuerpos comenzaron el más antiguo juego de seducción. 

Mi cuerpo subía y bajaba a lo largo de su miembro, ayudado por la sujeción de sus manos. Mi clítoris se rozaba contra su cuerpo cuando Pablo me apretaba contra él, lanzado descargas de placer por todos mis sentidos, arrancándome jadeos. Reposé la cabeza en el hueco que forman su cuello y hombro, cerrando los ojos y dejándome llevar, dejándole a él toda la responsabilidad. Mi cuerpo comenzó a tensarse por la ansiada liberación.

Sentí su boca contra mi cuello, que lo besaba y lamía, y giré la cabeza para dejarle un mejor acceso. Tanto mi mente como mi cuerpo estaban excitados al máximo, se habían vuelto ansiosos, exigentes, locos por el contacto de nuestras pieles. Continuamos así un momento más, pegados lo máximo posible, hasta que nuestros cuerpos explotaron.

Fui la primera en correrme arrastrando a Pablo a su propio clímax por mis contracciones contra su miembro.


Desperté momentos después al sentir que una mano acariciaba lentamente mi espalda. Seguía en la misma posición de antes, a horcajadas sobre Pablo y mi cabeza en el hueco que tanto me gustaba de su cuello.

- Creo que se me han dormido las piernas – comenté al mover uno de mis pies y sentir un cosquilleo.
- Es posible, no sé cuánto tiempo llevamos aquí – contestó.
- Entonces deberíamos movernos – le dije incorporando mi cuerpo, quedando nuestras miradas a la altura.

Se le veía relajado, a pesar de tenerme a mí sobre él, y continuar dentro de mí.

- A sus órdenes. 

Se levantó conmigo en brazos sin darme tiempo a protestar, simplemente a agarrarme con fuerza a su cuello y enredar mis piernas en sus caderas, aún resentidas por la postura que tenían anteriormente.

- Pablo, bájame. Te vas a hacer daño.
- Te bajaré… cuando yo quiera.

Mi espalda sintió la frialdad de la pared, mis nalgas, las fuertes manos de Pablo, mi interior, su dureza y mi mirada, la determinación que desprendía. 

- Pablo, ¿Qué haces? – le pregunté asustada y excitada de nuevo.
- Jugar – me dijo -. Jugar con lo que más deseo.

Estas fueron las últimas palabras que dijimos en bastante tiempo. Mi corazón ardía de la emoción por el amor de ese hombre, y mi cuerpo ardía de pasión y deseo por él. Me amó contra la pared, como nunca lo había hecho, sentía que iba a estallar de la emoción de sentirme amada y deseada por el hombre que quería.

Pablo me susurró unas palabras que nunca olvidaré por el resto de mis días, unas palabras que en ese momento fueron muy especiales para mí y que día a día me hacen la mujer más especial del mundo. Esas palabras, que más tarde aparecieron grabadas en una pulsera de plata que llevo siempre conmigo, fueron:

Tú eres la mujer a la que amo y deseo en cualquier lugar. Tú eres la única mujer a la que quiero y deseo, ahora y siempre…