sábado, 27 de abril de 2013

Inspiración - Nishta

Aquí os traigo una pequeña entrada que acabo de hacer en mi Tumbrl (por si no lo sabéis es Aisling-cosc-ar)... No he podido resistirme al ver una imagen y he escrito lo que mi mente ha querido.

Si hay fallos lo lamento, pero no he querido revisarlo, lo he dejado tal cual ha salido de mi mente en el momento, espero que disfrutéis de la breve lectura!!!

Escrito bajo el pseudónimo de Nishta (Homo)

Siempre nuestros encuentros eran rápidos y fugaces. Él nunca se quitaba sus hermosos trajes mientras que yo acababa desnudo ante él, dispuesto a ofrecerle cualquier placer que saliera por sus labios.

Solo unas palabras y yo me rendía sus más oscuros desenfrenos. No me quejo de estos encuentros, estoy aquí porque quiero, porque quiero lo que me ofrece y sobre todo porque lo quiero…

Él nunca me ha dicho palabras que inflen mis sentimientos, siempre es distante y frío conmigo, hasta esta noche. Una noche que nunca olvidaré ya que al entrar por la puerta traía una bolsa de traje y me decía.

- Póntelo, hoy no quiero fingir.

No sabía cuáles eran sus intenciones, pero le obedecí, me retiré al cuarto de baño y me vestí con el traje negro que me había traído. Había pensado en todo, hasta en los oscuros gemelos que adornaban la blanca camisa en sus puños. Pero mi sorpresa y alegría no fue nada en comparación cuando entré en mi dormitorio y le vi.

Estaba desnudo, completamente desnudo. Era la primera vez que lo veía así y sin necesidad de más jadeé de puro placer. Siempre había imaginado su cuerpo, pero la realidad superaba cualquier expectativa.

- Ven siéntate - me dijo llevándome al sofá orejero que tenía en mi habitación, donde solía pasarme las noches leyendo.

Le hice caso, me senté en aquel sofá y él se arrodilló entre mis piernas, mirándome a los ojos a la vez que sus manos subían por mis muslos hasta llegar a mi entrepierna y acariciar por encima de la suave tela mi dura carne.

Abrió sin dudar mi pantalón y sacó mi duro miembro, que latía por él como siempre había pasado. Yo no era capaz de hablar, solo le observaba e intentaba mantenerme quieto y no adelantar las caderas, implorándole que se lo metiera en la boca y lo devorara. Nunca antes lo había hecho.

Vi su rosada lengua salir húmeda de su boca y acercarse a mi glande. Aguanté la respiración y mis manos se cerraron con fuerza sobre los reposabrazos del sofá, esperando aquel contacto. Su lengua llegó a mi piel, fue como si me quemara aquella caricia y seguido la suavidad y calidez del interior de su boca me llevaron al delirio.

Mi cabeza cayó sobre el respaldo del sofá y de mi boca salió un fuerte gemido. Su boca me succionó, su lengua masajeó cada rincón de mi miembro, cada vena y cada recoveco donde el placer era extremo. Con sus manos acariciaba mis testículos, acercándome rápidamente a la locura del orgasmo que no tardaría en llegar.

Ya no era capaz de contenerme a aquellas caricias que tanto tiempo llevaba anhelando, mis caderas salían al encuentro de su voraz boca. Tensando todo mi cuerpo y gruñendo de placer, me vacié en su boca. No pensé en avisarle, como él hacía conmigo, pero no era capaz de articular palabra ni de razonar si quiera.

Cuando las convulsiones del orgasmo pasaron abrí los ojos y él seguía a mis pies de rodillas, con su miembro duro apuntando hacia mí.

- Debí avisarte - le dije, temiendo que me lo echara en cara.
- No me hubiera apartado.

Se levantó ofreciéndome una de sus manos, la acepté y me llevó hasta la cama, donde comenzó a desnudarme. No entendía qué estaba ocurriendo, mi cuerpo aún seguía en la nube del placer y mi mente estaba confundida por su comportamiento.

- Estoy cansado de engañarme, de engañarte. Ya me era muy difícil intentar hacerte creer que solo eras un polvo para mí. Ésta noche te enseñare lo mucho que te amo.

Aquellas palabras me impactaron más que si me hubiera golpeado, pero mi corazón gritó de alegría y una sonrisa sincera asomó a mis labios antes de que él los besara, sonriendo también.


Fue la primera noche que pasamos juntos de verdad, se quedó en mi cama, amándome y yo amándolo a él. Hoy, treinta años después de esa primera noche, el día en el que Dios ha querido llevárselo a su lado, mi corazón llora y ruega porque me lleve pronto a su lado, que acabe con mi agonía. Lloro por él, pero nunca me arrepentiré de los años que nos fueron regalados, las noches compartidas y tantas horas que disfruté del gran amor de mi vida…