Vuelve a ser una historia con tintes yaoistas o homoeróticos, y algo larguita XD. La magen que me inspiró es la siguiente. Espero que disfrutéis leyéndolo...
Aún estaba asimilando lo que
había ocurrido en mi aldea y sobre todo lo que me deparaba en la vida a partir
de ahora, cuando un ser extraño se apoderó de mí.
Mi aldea había sido asaltada por
unas extrañas criaturas, salidas de la peor pesadilla de cualquier ser humano.
Tenían grandes dientes y sus mandíbulas estaban desfiguradas, parecían más
lobos que humanos, a pesar de andar
sobre dos piernas. Más tarde me enteré que se les llama licántropos,
seres que con la luna llena dejan salir a la bestia que llevan en su interior,
acabando con todo lo que se encuentran. Mi aldea había sido destruida por
ellos, mi familia, gente a la que conocía, mi hogar.
Pero eso no había sido
suficiente, también habían destruido mi vida, dejándome malherido
transmitiéndome su maldición, dejándome solo en el mundo y con la carga de ser
un monstruo sin conciencia al transformarse.
Había despertado con las primeras
luces del amanecer, sin saber muy bien que ocurría a mi alrededor. Sabía que
estaba en mi aldea, lo sabía por el olor, tan inconfundible para mí, pero esta
vez estaba manchado por el olor metálico de la sangre y el acre olor del fuego.
Abrí los ojos con miedo a ver lo que más temía, la destrucción total. Mi
corazón lloró por lo que descubrí, cuerpos mutilados por todas partes, fuego,
cenizas.
Me incorporé como pude del suelo,
mi cuerpo también había sufrido las consecuencias del ataque, estaba cubierto
de sangre y me dolían las costillas, sin embargo en mi cuerpo no existía
ninguna herida que aclarase de donde había salido tanta sangre. Fui
tambaleándome hasta la cabaña donde vivía con mi madre y mi hermana pequeña, no
quería creer lo que mi mente ya sabía, estaban muertas, pero necesitaba verlas
y saber que descansan en paz, sin necesidad de ver tanta destrucción.
La cabaña tenía la puerta de
madera arrancada de sus gonces, dejando ver el caos de su interior. Eché a
correr hacia allí, olvidándome de lo que me rodeaba, solamente quería reunirme
con mi familia. Entré corriendo tropezándome con los muebles, que siempre mi
madre mantenía limpios y ordenados en nuestro pequeño hogar. El ambiente estaba
viciado, olía a humo y apenas se podía ver de la cantidad de porquería que
bailaba con la ligera brisa.
- ¡Madre! – mi voz sonó ronca y rota - ¡Madre!
¡Rose!
No podía parar de llamarlas, mi
necesidad de que ellas dos hubieran sobrevivido como yo bloqueaba cualquier
pensamiento racional. La cocina estaba igual que la reducida sala, nada estaba
en su sitio y un pequeño fuego ardía en lo que antes mi madre cocinaba. Salí de
nuevo hacia la sala y corrí a las habitaciones de mi madre y hermana.
Llegué al umbral de la puerta de
la habitación de mi madre, sabía que allí la encontraría, mi cuerpo se paralizó,
sujetando con tanta fuerza el marco de la puerta que se resquebrajó bajo el agarre
de mis dedos. Respirando profundamente saqué valor y entré en la habitación, y
sin que mi instinto fallase, allí estaba su cuerpo sin vida. Me acerqué a ella,
su mirada estaba fija en la puerta y una de sus manos se extendida hacía ésta,
como si su último pensamiento hubiera sido para alguien que observaba desde la
puerta. Su cuerpo estaba destrozado, quería apartar la vista de ella, pero necesitaba
grabarme sus heridas para hacérselas a su asesino y que sufriera tanto como
ella. Mis rodillas cedieron y caí arrodillado a su lado, llorando y mirando
unos ojos que me miraban sin vida. Que me miraban... advirtiendo, mi
mente reaccionó en ese momento, Rose, advertían a Rose.
El baúl, allí debía estar, corrí
como un loco hacia mi habitación, el baúl estaba tirado contra la pared
contraria a la cama.
- Rose, no…
Me acerqué con miedo hasta él,
con cuidado lo coloqué correctamente y lo abrí. Rose estaba dentro, sus
pequeñas manos estaban sujetas a su mantita, que no abandonaba en ningún
momento. Mis ojos subieron por sus pequeños brazos cubiertos de suciedad y
sangre, llegué a su hermoso rostro y sus claros ojos que me miraban.
- Mamá me dijo que jugáramos al escondite. ¿Lo he
hecho bien? – su voz apenas era un susurro.
- Oh Rose, claro que lo has hecho bien – le dije
sonriendo y sacándola del baúl.
Nada más pasar mis manos por su
diminuto cuerpo, supe que se me concedían esos segundos con mi hermana para
decirle adiós. Sentí su sangre pegajosa y abundante sobre su vestido, mi
corazón se partió y mis ojos lloraron por lo que había ocurrido.
- Esos hombres eran ma… - Rose no pudo acabar la
frase, una fuerte tos le impidió seguir hablando.
- Tranquila Rose, no pasa nada esos hombres ya se
fueron – le dije, mientras le limpiaba el ligero hilo de sangre que escaba de
sus labios.
- ¿Mamá se enfadará?
- ¿Por qué iba a enfadarse?
- Han ensuciado la casa. A mamá no le gustará – me
dijo.
- Le ayudaremos a limpiarlo y después jugaremos o
haremos lo que quieras ¿Vale?
- Vale – me dijo sonriéndome – tengo sueño Ed.
- Lo sé cariño, ahora debes descansar - mi voz sonaba rota y ronca por intentar
mantener mis emociones a raya y que Rose no se alterase, no le gustaba ver a la
gente triste -. Ahora duerme, cuando despiertes mamá te estará esperando.
- Y ¿No estará enfadada?
- Estará feliz, te lo prometo.
Asintiendo, cerró sus pequeños
ojos y exhaló su último suspiro. Entonces, mi alma se rasgó, dejando salir todo
lo retenido, grité, negué a todos los dioses por ser capaces de hacer aquello a
una niña pequeña, por dejarme solo. Minutos más tarde, había llevado el ligero
cuerpo de mi hermana junto al de mi madre, las limpié lo mejor que pude y les
di el último adiós, antes de quemar lo que un día fue mi hogar, despidiéndome
para siempre de la felicidad que allí había tenido.
Me alejé de la aldea, sabía que
sería inútil buscar algún caballo, por lo que decidí irme caminando, alejarme
de todo aquello. La noche llegó enseguida, obligándome a parar y refugiarme.
Estaba débil, no había conseguido encontrar nada más que escasas hogazas de pan
en las casas en las que había entrado. Conocía los alrededores de la aldea,
pero nunca me había alejado tanto, y los cursos de los ríos de los alrededores,
mi padre me lo había enseñado antes de morir. Reconocí uno de los bosques que
rodeaban el río que alimentaba de agua a mi aldea y me introduje en él para
descansar allí por esta noche.
No prestaba atención a lo que
pasaba a mi alrededor, andaba de forma mecánica, simplemente mis pies avanzaban
hacia delante. Escuché el ligero ruido de la corriente, poco más delante de mi
posición y hacia allí me dirigí. El río describía una ligera curva, regando
todo lo que rodeaba su curso de salpicaduras de su agua brava. En ese momento
miré a mí alrededor, buscando el mejor sitio para pasar la noche. cuando vi una
sombra en la orilla del río. Era uno de los caballos de la aldea, que había
huido y como yo había hecho, él había buscado un sitio seguro para pasar la
noche. Me acerqué a él con cuidado, cualquier gesto extraño lo harían huir y
perdería mi medio de transporte.
El caballo llevaba las riendas
aún puestas, como si alguien lo hubiese estado preparando para montarlo. ¿Acaso
la gente no había tenido ni la oportunidad de escapar al asalto? No quería
regresar a los recuerdos tan desgarradores y recientes, quería olvidar,
alejarme del dolor.
La noche se fue y como el día
anterior, mi cuerpo tardo en ubicarse ¿Dónde estaba? ¿Qué ocurría? Enseguida
recordé, monstruos acabando con toda mi vida. Me levanté y vi que el caballo no
se había ido, seguía atado a la rama en la que lo dejé. Parecía que ninguno de
los dos quería continuar solo en lo que nos esperaba a partir de ese momento.
El agua estaba helada, sirviéndome para despejarme del todo y remover mis
sentimientos. Todo había desaparecido en cuestión de minutos, unos minutos que
durarían años en mí. Observé mis manos, aún estaban impregnadas en sangre, no
sabía si mía o de mi familia.
Pero si era mía, ¿Dónde estaban
mis heridas? Recordé que en el ataque una de esas bestias se había abalanzado
sobre mí, desgarrando la carne de mi estómago y mordiéndome en el hombro. Las
marcas se veían en mi ropa, en cambio, en mi piel no se veía otra cosa más que
una fina línea blanca. El caballo relinchó sacándome de mis cavilaciones y fui
a su encuentro.
- Tranquilo chico, pronto estaremos lejos de todo
esto - ¿Para ir a donde? Me preguntaba a mí mismo.
Subí a lomos de mi nuevo amigo y
salimos de las profundidades del bosque, para tomar de nuevo el camino que
conducía a la aldea más cercana.
Llevábamos un buen rato por el
sendero y aún no se sentía nada que indicase que la siguiente aldea estuviera
cerca, no recordaba que estuviera tan lejos. Pensando esto espoleé al caballo para
aumentar la velocidad y así llegar antes a nuestro destino.
Lo primero que sentí fue el sabor
del humo en mi lengua, después vi el reflejo del fuego en la lejanía. A pesar
de que tanto el caballo como yo estábamos agotados, continué obligándole a trotar
para ver que ocurría. Solo quedaban unos metros para entrar en la aldea, cuando
los gritos de la gente me llegaron amortiguados. Era demasiado tarde, aquellos
bastardos estaban haciendo lo mismo en aquella aldea. Detuve al caballo en la
entrada a la aldea, desde allí pude ver los primeros cuerpos mutilados.
Imágenes sin orden se cruzaban
por mi mente, mi madre, mi hermana, huyendo de aquellas bestias aún sabiendo el
final. La impotencia que sentí, fue tal, que un rugido ascendió por mi pecho
hasta romper en un alarido que asustó a mi montura. Ya no podía hacer nada por
aquella gente, lo único que podía hacer era seguir adelante e intentar avisar a
las demás aldeas del peligro que se avecinaba.
Giré al caballo hacia el camino
por donde habíamos venido para tomar el sendero que nos llevaría durante dos
días hasta la otra aldea, poco más podía hacer que intentar salvar a aquella
gente. Sentía al caballo resoplar y bajé el ritmo, dejándolo recuperar un poco
el aliento, pero no podíamos seguir con ese ritmo, un mal presentimiento
recorrió mi espalda. Mis ojos buscaban a las bestias que habían atacado mi
hogar entre los árboles, sin encontrar ningún rastro.
- Vas a tener que correr un poco más – le dije al
caballo a la vez que le acariciaba en el cuello.
Obedeció a mis indicaciones y
pronto estábamos de nuevo al galope, huyendo de algo que ninguno sabía qué era
y que pronto dio la cara.
Miré por encima de mi hombro y lo
vi. Era una mancha borrosa que se cernía sobre nosotros, llevaba mucha más
velocidad, pronto nos daría alcance. Así todo, continué animando al caballo a
que corriera más para alejarnos de aquella cosa, pero a los pocos segundos de
haberlo visto nos alcanzó. El caballo nada más ver la macha que nos seguía se
encabritó, intenté controlarlo, pero su miedo era mayor a cualquier orden que
yo pudiera darle. Continuó relinchando y lanzando sus patas delanteras contra
aquella sombra oscura, provocando que me callera al suelo. Me golpeé en mi lado
derecho chocando brutalmente contra el suelo, dejándome un momento sin aliento.
Busqué al caballo de forma vaga, mis pulmones luchaban por encontrar el aire
que la caída había sacado de ellos, lo vi corriendo sin dirección alguna, era
un borrón en medio de aquel caos.
Dando por perdido al animal,
busqué lo que nos había asustado, tanto al caballo como a mí. La mancha oscura
que nos había seguido no estaba por ningún lado,
acaso me lo había
imaginado, no podía ser, el caballo también lo había visto, entonces ¿Dónde
estaba? Conseguí levantarme del suelo, apretando mi brazo derecho contra mi
cuerpo, sentía un cosquilleo demasiado fuerte en él por el golpe, no tenía nada
grave, pero esa sensación era desagradable. Mis ojos no dejaban de buscar,
había sido real.
Mis pies comenzaron a caminar en
la dirección en la que antes íbamos el caballo y yo, seguía con la sensación de
que algo no estaba bien, no era por las bestias, era otra cosa diferente.
Caminaba con todos mis sentidos alerta, cualquier ruido me asustaba,
deja de
ser tan paranoico. Cogí una bocanada de aire, cerré los ojos y expulsé ese
aire relajándome a medida que abandonaba mi cuerpo. Abrí los ojos y descubrí ante
mí a un grupo de murciélagos revoloteando en círculos en medio del sendero, y
como si supiesen que los estaba observando, comenzaron a juntarse más y más
entre ellos. No conocía los hábitos de los murciégalos, pero aquello no era
normal, estaban tan juntos que empezaron a parecer una persona.
Mi cabeza me gritaba que me
alejara, que huyera de aquella cosa, fuese lo que fuese, pero mi cuerpo no
respondía. Haciendo un gran esfuerzo por moverme, empecé a caminar hacia atrás
sin quitarle de encima la vista a los murciélagos, que seguían formando la
silueta de una persona y se acercaban hacia donde yo me encontraba. Mis
movimientos comenzaron a ser más urgentes, sin atreverme a quitarle los ojos de
encima a la sombra aumenté la velocidad. No sabía hacia donde iba, solo quería
alejarme del sendero, mis pies se enredaron en las raíces superficiales de uno
de los árboles de la linde del bosque, provocando que volviese a caer al suelo,
esta vez de espaldas.
Toqué suelo a la vez que la
figura se detenía a escasos pasos delante de mí. No podía levantarme, aquella
imagen me mantenía sujeto contra el duro suelo, temeroso de cualquier gesto que
pudiera hacer. Comencé a arrastrarme para huir de aquella cosa, pero volví a
quedarme atrapado en la visión que estaba teniendo, ante mí había aparecido un
hombre. Tenía el pelo negro como la noche, largo hasta media espalda, su piel
era blanca como la nieve, contrastando con su pelo, dejando a la vista unos
penetrantes ojos que no dejaban que mirases a otro lado una vez que caías en su
embrujo. Estuve atrapado por esos ojos hasta que me habló y vi sus colmillos,
todo lo demás quedaba eclipsado por aquel hecho.
- Creo que debes venir conmigo – me dijo
adelantando una de sus manos hacia mí -, tú elijes como. Por las buenas o por
las malas.
-
Váyase al infierno – le dije.
No sé de donde saqué las fuerzas
que antes parecían haberme abandonado, pero me levanté y eché a correr hacia el
bosque, raspándome contra las pequeñas ramas de los árboles con los que me
cruzaba.
- Bien. Será por las malas – escuché que gritaba
aquel ser.Seguí corriendo por el bosque
hasta que acabé en el río, no era la misma zona de la noche anterior, era una
zona más boscosa y con más matorrales. Me escondí detrás de uno de ellos,
rezando a los dioses que anteriormente había jurado olvidar.
- Que se vaya, ¿Qué era esa cosa? Por favor Dioses
haced que se vaya.
Las palabras salían de mis labios
atropelladas, buscándole lógica a lo que estaba ocurriendo en esos momentos. Me
hice un ovillo detrás de uno de los matorrales más grandes y esperé, no sabía a
qué, pero era mejor que andar corriendo y que me encontrase. El tiempo pasaba y
mis músculos comenzaban a quejarse por la postura en la que estaba. No había
escuchado ningún ruido ni nada extraño en todo ese tiempo, era una tontería
seguir allí escondido. Salí de mi precario escondite buscando cualquier
movimiento, no sentí ni vi nada.
No lo vi porque no se movía. Estaba
sentado en una de las rocas que había al borde del río. Tenía sus profundos
ojos clavados en mí y en su boca se intuía una ligera sonrisa de superioridad.
Las manos le cruzaban el pecho al igual que sus piernas a la altura de los
tobillos. Mi respiración se aceleró, una idea cruzó por mi mente,
no podía
escapar de él.
- ¿Seguimos jugando al gato y al ratón o ya te
rindes? Y vienes conmigo sin dramas.
Su voz sonaba fuerte y segura,
sabía que no tenía otra opción que ir con él si quería seguir con vida. Aunque
la opción de acabar con mi vida era bastante dulce, me provoca náuseas tan
siquiera pensarlo.
-
Iré –
pero no me dominarás, pensé para mí
mismo.
Esa fue la primera vez que lo vi
y que me secuestró, llevándome con él a su castillo, encerrándome por mi bien,
según sus palabras. Al principio no logré entenderlo, pasaron cuatro días hasta
que descubrí el por qué de su actitud. La noche del cuarto día había luna
llena.
Mi cuerpo comenzó a cambiar según
la luna llegó al punto más alto, mi mandíbula se desencajó alargándose en forma
de un hocico, ávida de sangre. Mis manos pasaron de ser humanas para
convertirse en unas afiladas garras que luchaban por desatarse de las cadenas
que Viktor, mi captor, me había colocado alrededor de mis muñecas. Mi cuerpo
creció en músculos y sentí mis huesos dislocarse para cobrar una postura más
animal que humana. Me había convertido en una de las bestias que juré matar.
Esa sería mi maldición por sobrevivir, seguir viviendo como una bestia.
Esa noche, Viktor no se movió de
la esquina de la celda desde donde me vigilaba, apenas se sentía el movimiento
de su respiración, solo me miraba con los brazos cruzados por encima de su
pecho. Cuando todo pasó y mi cuerpo cayó agotado en el suelo, se acerco a mí y
me liberó de mis ataduras.
-
Esta ha sido tu primera prueba, y la refutación
de lo que llevo diciéndote desde que te encontré - Sin más me dejó allí tirado,
salió de la celda sin cerrar la puerta, ya no era una amenaza para él.
Los días que habían pasado desde
que me recogió en el sendero había intentado hacerme creer que yo era un
licántropo por mordedura, una de las bestias que campaban a sus anchas
destruyendo todo cuanto encontraban. Ahora, yo era uno de aquellos seres.
Los días pasaban y mi miedo a las
noches desaparecía. Viktor me había explicado que solo los licántropos más
jóvenes cambiaban de forma con la luna llena, a medida que un licántropo
maduraba conseguía dominarse y controlar a la bestia, me contó la historia de
algunos de esos licántropos que consiguieron “vencer”, de alguna forma su
maldición, y de los cientos de ellos que se rendían a la parte animal. Yo iba a
luchar contra ello, no quería ser una simple bestia.
Mis días se habían convertido en
un ir y venir por los oscuros pasillos del castillo, Viktor me había dado total
libertad para explorar el castillo, pero solo el castillo. No podía pisar si
quiera uno de los múltiples balcones que tenían sus torres. Al principio tenía
aún menos libertad, no podía salir de la celda donde me había encerrado desde
el primer día. Ahora, al menos podía andar fuera de aquel cuadrado.
En una de mis exploraciones había
descubierto un pasadizo que, si mis escasos conocimientos sobre castillos no me
fallaban, debía ser uno de los pasadizos que se creaban en los castillos para
salvar a sus ocupantes en posibles guerras. Esa misma tarde cuando Viktor
apareció le pregunté por los pasadizos.
-
He visto que existe una entrada a las
profundidades del castillo, ¿A dónde lleva?
-
A ningún lado – me contestó secamente –. Ve a
lavarte, la cena estará en seguida.
Me dejó solo en el pasillo,
siempre me ordenaba, nunca me sugería y cómo no, yo tenía que obedecer. Una de
las veces lo desafié y estuve encerrado sin comida y sin nada durante una
semana, aprendí de ese error. Esa noche como todas “cenamos” en el gran salón,
sus paredes estaban decoradas con enormes tapices que relataban luchas llevadas
a cabo por fieros guerreros. Viktor me acompañaba en la mesa pero nunca comía,
solamente bebía de una copa lo que yo pensé que era vino, hasta que una noche
le pregunté el por qué no comía y me contestó.
-
Yo no necesito masticar para alimentarme.
Sin poder remediarlo mi cuerpo
entero se tensó, me miraba por encima del borde de la copa, mientras bebía
lentamente.
Al terminar la cena cada uno se
fue por un lado, yo como siempre me dirigí a mis aposentos en el ala este y
Viktor a los suyos, o a donde se dirigiera a esas horas de la noche. Llegué a
la puerta de mis aposentos, agarré el pomo pero mi mano se negaba a abrirlo. Miré
hacia el final del pasillo,
¿Por qué
Viktor se había mostrado tan tajante con lo del pasadizo? Ahora estaba
seguro de que si echaba un vistazo Viktor no lo descubriría, además, no le
había dado motivos de desconfianza en aquel tiempo que llevaba por el castillo.
No tendría por qué enterarse, sería una simple observación. Decidido solté el
pomo, respiré hondo y retrocedí por el pasillo. Entré en la espaciosa
habitación con mis pensamientos aún en aquel pequeño hueco de la pared, sin
pensármelo más decidí seguir mi curiosidad.
Salí de mis aposentos para callar
así a mis pensamientos, la negativa tan rotunda de Viktor no hizo sino aumentar
mi curiosidad por aquel pasadizo. Mis pisadas resonaban contra las frías
paredes de piedra.
El pasillo se mantenía iluminado
por la débil luz de las antorchas colocadas cada pocos pasos, que me guiaban
hacia el tapiz de armas que tapaba la entrada al pasadizo que no estaba muy
lejos, quedaba al otro lado de los aposentos de Viktor y cerca del comedor. En
seguida llegué a la zona donde el pasillo se bifurcaba en dos, el ala donde
Viktor tenía sus aposentos y la zona común donde cenábamos todos los días. Mis
ojos se giraron hacia el pasillo de la derecha donde Viktor descansaba ¿Estaría
allí? Dormido en su cama o por el contrario ¿salía por las noches? No sabía qué
era lo que hacía por las noches e imaginármelo en la cama, envuelto en las
sábanas de seda no debería ponerme tan nervioso.
Cerré los ojos suspirando y me
apoye contra la fría pared, me había convertido en un monstruo, pero estas
reacciones no eran lógicas, mi cuerpo no debía reaccionar así por pensar en él.
Un ruido lejano me hizo abrir los ojos de golpe, no podía perder el tiempo, no
debía estar allí y por mis experiencias, a Viktor no le gustaba que le
desobedecieran.
Me encaminé con decisión hacia la
izquierda, debía llegar cuanto antes a la zona del pasadizo. Encontré el tapiz
rojo sangre a medio camino, mi mano tembló al apartar el lujoso tapiz dejando
entrar la débil luz del pasillo a aquel agujero negro. Me di cuenta entonces
que necesitaba un foco de luz para poder ver allí dentro, cogí una de las
antorchas cercanas y entré. Una ráfaga de aire jugó con la llama de mi antorcha
provocando diferentes efectos en las paredes con las sombras. Aunque veía bien,
apoye una de mis manos en una de las paredes y comencé a caminar.
Todo estaba en silencio, roto por
el sonido de mis pisadas y el crepitar del fuego. Continué caminando sin ver
nada más que las paredes de piedra que se repartían por todo el castillo,
quizás entrar en aquel pasadizo no fue una gran idea y, como dijo Viktor,
realmente no había nada allí dentro. Me desilusioné, siempre me han gustado las
incógnitas, pero esta vez iba a quedarme sin nada. Cuando pensaba darme la
vuelta y salir de allí, sentí y escuché cómo mi pie se hundía en agua. Adelanté
la antorcha a mi posición para iluminar aquella zona.
El pasillo se agrandaba de golpe,
formando una pequeña cavidad inundada por el agua. Seguí hacia delante y el
agua tapó enseguida mis pies, estaba fría como era de esperar, pero todo quedó
relegado a un segundo plano al mirar al frente y descubrir una puerta muy
ornamentada justo en frente de mí.
En esa parte, la pequeña
habitación se elevaba a causa de unas escaleras, dejando libre a la puerta del
agua. Ésta tenía por todo el borde un grabado de hojas de hiedra, que se
juntaban en el centro desde las cuatro esquinas en un símbolo que se repetía
por todo el castillo. El símbolo familiar, según Viktor.
Avancé hacia ella y el agua
comenzó a subir de nivel por mis piernas, la habitación tenía una inclinación
que provocaba que a medida que me acercaba a la puerta, el agua iba cubriendo
mi cuerpo. Llegué al principio de unas escaleras que ascendían hasta la puerta
cuando el agua me llegaba prácticamente por las caderas. Mi pie se elevó para
comenzar el ascenso.
-
¡Qué te dije! – Gruñó Viktor detrás de mí.
Me quedé quieto, sabía que
hiciese lo que hiciese Viktor me había visto y sabía lo que pretendía hacer.
-
Creo que te dije que aquí dentro no había nada.
Así que explícame que haces aquí.
-
Lo siento – susurré sin darme la vuelta.
-
No te he preguntado eso.
Me giré para enfrentarlo. Estaba
al principio de la pequeña habitación, sus pies apenas rozaban el agua que a mí
me cubría medio cuerpo. Viktor estaba con su abrigo largo, la camisa blanca
bien estirada, sus pantalones de montar y su cabello recogido con el lazo de
cuerpo que muchas veces usaba. Verle allí tapando la única salida me puso
nervioso, intuía lo que Viktor era capaz de hacer, y sabía que en ese momento
sería capaz de hacerme algo.
-
Sé que no debía haberte desobedecido – bajé la
mirada, no era capaz de sostenerle la suya tan fría y distante.
-
No, no debiste hacerlo.
Nada más terminar esa frase
escuché el sonido del agua y de seguido la mano de Viktor sujetándome del pelo
obligándome a levantar la cabeza y enfrentar su mirada, la antorcha calló con
un ruido seco contra el suelo al lado de la puerta.
-
Y sabes lo que me disgusta que me desobedezcan
¿No?
-
Lo sé...
Viktor continuaba mirándome sin
pestañear, su agarre había disminuido, ahora solamente me sujetaba para
mantener mi cabeza en esa posición. Su otra mano subió hasta mi garganta y
esperé el dolor cerrando los ojos. Pero el dolor no llegó, sino que escuché
cómo mis ropas se rasgaban dejando mi pecho al descubierto.
- ¿Ahora abres los ojos? - Lo miré asustado -.
Nadie que me desobedece se va impune.
Temblé, no sé si por el miedo al
castigo o porque la mano de Viktor rozó mi pecho desnudo. La camisa desapareció
de mi cuerpo. La mano de Viktor descendió por mi pecho, llegando al borde de
mis pantalones, sin apartar la mirada de mi cara. Desabrochó mis pantalones con
mano experta, atrapando mi miembro en su mano, suspiré por la caricia, nadie
había tocado mi piel de esa manera y que fuera Viktor, aceleró aún más mi
respiración.
Cerré los ojos dejándome llevar
por la sensación, sabía que aquello no era normal, pero era demasiado bueno
para ser malo. Mi cabeza se inclinó hacia atrás abandonándome a sus caricias y
dejándole vía libre a que hiciera conmigo lo que quisiera.
Abrí los ojos de nuevo al sentir
sobre mi piel su piel en vez de la áspera lana de su abrigo. Viktor estaba
igual de desnudo que yo, sabía que sus movimientos eran mucho más rápidos que
los de cualquier otra persona, pero ¿tan distraído estaba que ni lo sentí? Las
manos de Viktor recorrían mi cuerpo sin descanso, acariciando mi piel con
cuidado, despertando mis sentidos y mi cuerpo reaccionó a ellas poniéndose duro
para él.
Enseguida descubrió mi excitación
y la rodeó con su firme mano, acariciando mi piel con movimientos firmes y
constantes. Temblé contra él, mi mano rodeó su cuello para sujetarme y mantener
un poco de equilibrio.
-
Tu cuerpo responde a mis caricias Edward ¿Dónde
quedó el chico asustado que rescate?
-
Viktor yo...
No era capaz de pensar en nada mi
cuerpo ardía contra el suyo, el líquido que nos rodeaba ya no lo sentía frío,
parecía que había aumentado de temperatura como mi cuerpo.
-
Déjame sentirte contra mí.
Le observé atentamente, Viktor
mantenía los ojos entrecerrados y fijos en los míos, atrapándolos sin dejarme
apartar la mirada. Sus manos continuaban sujetándome y acariciando mi miembro,
sin darme un respiro. Mi respiración se había acelerado y sonaba entrecortada
en la pequeña separación entre nuestros cuerpos. Mi cabeza volvió a caer hacía
atrás mostrándole de nuevo mi cuello y mi disposición. La mano que me
acariciaba tan íntimamente subió por mi estómago hasta acariciar mi cuello.
-
No luches contra esto...
Viktor nos elevó hasta la puerta,
donde descansaba la antorcha abandonada y el agua desaparecía, tendiéndome en
el frío suelo y cerniéndose sobre mí, posó sus labios en mi pecho. Lamiendo,
mordiendo, saboreando mi piel comenzó su descenso por mi cuerpo, que se arqueó
a su paso, diciéndole sin palabras que me gustaba aquello y necesitaba más. Mis
manos se abrieron contra la suave piedra esperando algo, pero sin saber el qué.
Sus labios rodearon mi miembro
provocando que elevara mis caderas por aquel roce clavando mis talones sobre el
suelo.
-
Viktor...
No me hizo caso, su boca subía y
bajaba por mi miembro volviéndome loco, sus manos acompañaban esta caricia
agarrando y masajeando mi cuerpo, excitándome aún más. Mi cabeza se giró hacia
la zona con agua y gracias a la quietud de la luz me fijé mejor en el líquido,
aquello no era agua normal y corriente, tenía un color rojizo. Un color rojizo,
como la sangre.
-
Pero que...
Dejé la frase a medias ya que un
intenso orgasmo partió mi cuerpo en dos, vaciándome en su boca sin poder
remediarlo. Descubrir que todo aquel líquido fuera sangre no consiguió que mi
deseo disminuyera sino que, al distraerme, el orgasmo llegó más devastador.
Viktor se elevó por encima de mi cuerpo, hasta llegar a la misma altura que mi
cara. Sus manos estaban a cada lado de mi cabeza, rodeándome por entero y su
pelo, ahora suelto, nos envolvía.
-
Ahora relájate para mí - Sus palabras me
relajaron, me tranquilizaron, aún me ponía nervioso con su cercanía.
Sentí su miembro buscando mi
entrada ayudado por una de sus manos, ahora estaba apoyado en su codo derecho,
mientras que con la izquierda se guiaba hacia mi interior. El primer intento
tensó mi cuerpo, la boca de Viktor bajó hasta mi cuello, raspándolo con sus
afilados dientes, mientras su miembro se abría paso en el mío poco a poco.
Mis piernas acariciaban sus caderas
cuando entró entero en mí, disfrutando de ese momento y adaptándome a esa nueva
sensación. Viktor no tardó en comenzar a moverse despacio, dentro y fuera de mi
cuerpo, con su cabeza aún hundida en mi cuello. Mi respiración volvió a hacerse
irregular, esta vez acompasada con la de Viktor, que a medida que nuestros
cuerpos empezaban a conocerse, Viktor se tensaba más y más.
Su cara se alejó de mí elevándose
sobre sus rodillas, lo que provocó que entrase aún con más fuerza. Mi cuerpo
volvió a tensarse y empecé a tocarme, cosa que a Viktor pareció gustarle porque
se quedó mirando cómo mi mano subía y bajaba por mi miembro. Nuestros cuerpos
se perlaron por el sudor, avisándonos que enseguida se liberarían. Viktor
siguió bombeando contra mí, a la vez que yo subía y bajaba con mi mano, hasta
que gruño y sentí su semilla en mi interior liberándolo en un orgasmo, seguido
por el mío, derramando todo sobre mi mano.
Viktor se derrumbó contra mí
respirando con dificultad, aplastándome contra el suelo. El sueño comenzaba a
apoderarse de mí, después de dos orgasmos mi cuerpo necesitaba un descanso.
Dejándome llevar por el sueño, sin preguntarme nada, simplemente recordando lo
que mi cuerpo había sentido...
A la mañana siguiente...
Esa noche una serie de sueños
extraños no me dejaron dormir. Veía a Viktor cubierto en sangre, con los
colmillos extendidos, sobresaliendo de sus labios, blanco como la nieve,
contrastando con el rojo intenso de la sangre de su boca.
Uno de esos sueños me afectó más
que cualquier otro. En él había desobedecido a Viktor y cuando el castillo
estaba en silencio salí de mis aposentos y fui a explorar el pasadizo que había
visto en la tarde. Todo era tan real que no hubiese imaginado que era un sueño
hasta que me desperté en la cama envuelto en sudor, o ¿en realidad lo había
vivido?
Esa duda surgió en mí al
encontrarme esa mañana con Viktor a la hora del desayuno, su mirada no hacía
más que revivir una serie de imágenes en mi mente. Viktor besando mi pecho y
descendiendo por este, buscando mi miembro. Viktor sudando encima de mí,
mirándome con cara de depredador mientras sentía su cuerpo entrar y salir de
mí...
¿Por qué estaba todo tan confuso
en mi mente? Sabía que aquel pasadizo había despertado mi curiosidad, pero ya
me daba igual lo que podría haber allí dentro, y eso, no era normal en mí...
¿Qué era lo real y qué era un sueño?