domingo, 2 de noviembre de 2014

Vendimia de sangre ~ Reina Negra ~ HALLOBLOGWEEN 2014

Mi segundo relato para la iniciativa de la autora Teresa Cameselle para estas fechas de Halloween, llamado HALLOBLOGWEEN 2014. En esta ocasión es un relato original, que hice en estos días y que espero que os guste... este no es tan sangriento como el anterior... creo jajaja


Vendimia de sangre


—¡Eres imbécil! —se reprendió echándose la capucha de la cazadora por la cabeza.

Había aceptado la invitación que una de sus compañeras de clase le había ofrecido ese mismo día por la mañana. Decidió ser impulsiva y así poder hacer amigos con más facilidad en su nuevo instituto. Por eso, aceptó la invitación a la pequeña reunión que iban a celebrar la noche de Halloween en el cementerio de la ciudad. Todo iba bien hasta que el alcohol comenzó a envalentonar a sus acompañantes y ella decidió irse. Podía beber con ellos, incluso probar algún porro, pero lo que no aceptaría era formar parte de la orgía que le acababan de ofrecer.

En ese momento le daba igual no hacer amigos y seguir siendo, como siempre, la marginada de la clase. Ya estaba acostumbrada a esa situación, nunca se quedaba demasiado tiempo en un lugar como para que algo así le llegase a importar.

Todo pensamiento quedó apartado al sentir de repente la sensación de que no estaba sola, sentía como si alguien la estuviese observando fijamente. Temiendo que fuese uno de los chicos que estaban en la reunión y que no hubiese aceptado su negativa, aceleró el paso pero sin demostrar que huía de allí. No levantó la mirada del suelo en ningún momento, fijándose en él para evitar tropezar con las raíces de los arboles que estaban en esa zona del cementerio. Un fuerte ruido hizo que tropezara al girarse y enfrentar a quien la perseguía.

—Joder qué susto —refunfuño al ver volar a una lechuza desde uno de los arboles a la oscura noche.


Se apoyó en un árbol cercano a ella y respiró hondo, recuperando unas pulsaciones más normales. Retomó la marcha intentando convencerse que todo eran imaginaciones suyas causadas por las historias y cuentos que se habían relatado en la reunión, nada de aquello era real y solo era su subconsciente que quería hacerla pasar un mal rato. Pero por mucho que se dijese aquello a sí misma, no podía deshacerse de la sensación de ser observada, y esta vez no pudo evitar mirar hacia atrás, buscando los ojos que la atormentaban.

No descubrió nada, no captó el brillo de unos ojos, como en tantas películas de miedo había visto, pero la sensación de sentirse observaba la embargó hasta el punto de sentir que la garganta se la cerraba. En ese momento se olvidó de cualquier pensamiento coherente y corrió entre los árboles, deseando llegar a la zona de los mausoleos, la zona más cercana a la salida. Sintió que alguna rama le arañó el rostro y echó atrás la capucha, dejando que su pelo rojo como el fuego, brillase bajo la luna llena que adornaba el cielo. 

Casi se vuelve a tropezar al distinguir en la lejanía el brillo titilante de la hoguera que habían encendido para poder realizar la pequeña reunión con sus compañeros. Extrañada, miró a su alrededor, buscando una señal del momento en el que había dado un giro de ciento ochenta grados para volver al mismo punto de partida. Detuvo sus pasos al poco de entrar en el claro donde los demás chicos continuaban la fiesta. Sabía que no quería entrar allí, que su cuerpo se negaba a cruzar la franja de árboles que la separaban de ellos, pero un destello blanco a su derecha, hizo que se encaminara hacia allí. Apartó las quimas que encontraba a su paso en esa zona, donde la vegetación se espesaba a cada paso y volvió a sentir aquella presencia que hacía unos momentos la agobiaba.

Extrañamente, ahora la sentía como una caricia, no como algo que la apresaba y que la asfixiaba. Sacudió la cabeza, dejando atrás ese pensamiento absurdo y continuó caminando hacia la mancha blanca que brillaba gracias al fuego. Su cuerpo no se negaba a ir hacia ella, como había sentido momentos antes respecto al claro, sino que era como si él supiese que por mucho que su cerebro se negase a ir hacia allí, él haría lo que quisiera. Apartando la última rama de su camino, se quedó quieta, observando lo que acababa de aparecer ante ella y que hasta ese momento no había visto.


Un ángel se alzaba sobre una plataforma llena de hiedra y musgo, manchada por los años y la humedad, pero ninguna de esas hierbas tocaba al espléndido ángel. Seguía blanco, perfecto, como si hubiesen acabado esa escultura ese mismo día y no muchos años atrás. Se acercó y acarició la roca cubierta por el manto verde, rodeándolo. La estatua era de un ángel, pero no uno cualquiera, no era un querubín, esos ángeles regordetes y aniñados que tantas veces se han representado. Éste poseía una mirada fuerte, fija más allá del horizonte, amenazante. Su cuerpo era el de un guerrero, fuerte y oculto bajo una armadura digna del mejor caballero. La pose que mantenía daba la sensación de que en cualquier momento se lanzaría a la batalla. Mantenía las piernas abiertas y flexionadas, con uno de sus brazos alzado agarrando una espada enorme, con una empuñadura con unas filigranas que la dejaron cautivaba. Sin pensárselo dos veces y, sabiendo que aquello no estaba bien, se sujetó a la mano libre de la estatua que parecía que la estaba invitando a ello por su posición, y se subió junto a él. Con la mano libre, acarició la filigrana, recorriendo las diferentes curvas y líneas que recorrían la empuñadura.

Siguió acariciando la estatua, dejando a su mano vagar libremente hasta llegar al rostro del ángel, que en ese momento estaba a su altura. Acunó la mejilla con su mano, como si fuese una persona real y sintió calor en su palma. No se extrañó de que la pierda estuviese caliente puesto que la hoguera no estaba muy lejana y la noche no estaba siendo especialmente fría. Continuó mirándole embelesada, estudiando sus rasgos a la luz anaranjada del fuego, los ojos vacíos de vida, pero con tanta expresión que tuvo que contener un suspiro. Embelesada como estaba, gritó al ver que esos ojos se movían y la miraban directamente. Apartó la mano de su mejilla y por poco se cae del pedestal donde se mantenía a duras penas.

—Deja de flipar, ha sido el fuego…


La sensación de ser observada regresó y fue cuando se dio cuenta de que todo estaba en silencio, solamente se escuchaban las risas y gemidos que procedían de su espalda, y el crepitar del fuego. Hasta ella no llegaba ningún ruido más, ni el del tráfico, ni tan siquiera los ruidos propios de la noche. Asustada, echando un último vistazo al rostro del ángel, se giró entre sus brazos y observó a sus compañeros. Ninguno había captado su presencia, estaban demasiado ocupados en lo que sus cuerpos y lenguas hacían, que ninguno la había visto. Fue a apartar la vista de aquella imagen, asqueada, pero se detuvo al ver algo que hace unos momentos, cuando ella estaba allí, con sus compañeros, no estaba.

En la pared del fondo, la que quedaba a sus espaldas, había algo, una mancha oscura, alta y grande, estaba allí quieta. No, empezaba a moverse en aquel momento, saliendo de la oscuridad que la alta pared le proporcionaba. Intentó gritar a sus compañeros de la presencia de aquel hombre cuando vio el brillo del hacha que colgaba de una de sus manos, pero su boca se negó a abrirse. Estaba paralizaba, agarrada con fuerza al ángel, apretándose a él, intentando que aquella sombra no la viese.

«¡Grita! ¡Les va a matar y tú no haces nada!»

A pesar de saber eso, que aquellos cinco jóvenes iban a morir, su cuerpo no reaccionó. Se quedó quieta, observando horrorizada cómo el fuego revelaba el rostro del hombre que se cernía sobre los chicos y sonreía. Nunca olvidaría la expresión de ese rostro, el brillo en esos ojos que no parecían humanos y que se deleitaban con lo que veía, como si absorbiera algo de ello. Ninguno de los chicos sintió la presencia que se cernía sobre ellos. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, impotente por lo que iba a suceder y odiándose a sí misma.

El brillo del hacha hizo que levantase la mirada de la sonrisa de satisfacción del hombre y vio cómo descendía a gran velocidad para acabar clavándose, con un sonido seco, en el cuello de una de las chicas, que cayó al suelo sin vida, sin cabeza. Los demás miraron la escena, sorprendidos por lo que acababa de pasar y salpicados de la roja sangre. «¡Corred gilipollas!» gritó interiormente, pero ninguno de ellos hizo nada, volvieron a lo suyo, como envueltos por un halo de deseo que no eran capaces de deshacerse de ellos. 

Las lágrimas caían por sus mejillas, sus sollozos quedaban apresados en su muda garganta mientras veía cómo aquel hombre decapitaba y desangraba con ello a todos los chicos, dejando sus desnudos cuerpos en el suelo, separados de sus cabezas. Vio cómo saboreaba la sangre de los chicos muertos, haciendo cuenco con la mano libre del hacha y bebiendo la sangre recién extraída del cuello de sus víctimas, manchándose el rostro y las ropas. Cuando la última cabeza tocó el suelo y acabó mirándola con unos ojos abiertos completamente pero sin vida, su cuerpo cobró vida y levantó la mirada hacia el asesino, fuera del trance en el que se encontraba a causa de aquellas imágenes. 

—¡Oh Dios! —gritó ahogadamente al ver que aquellos ojos la miraban a ella directamente.
—Dios no tiene que ver nada que ver aquí —observó consternada cómo aquella cosa, porque había decidido que no podía ser humano algo así, la miraba y pasaba la lengua por el filo del hacha, llevándose consigo la sangre fresca y saboreándola —. Es más… por mucho que uno de sus guardianes te proteja, nada te podrá salvar de mí.


Pasó por encima de uno de los cuerpos sin vida y fue directo a ella. Soltándose del ángel, saltó al suelo y echó a correr lejos del claro. Nunca en su vida había estado tan asustada, el terror que la estaba ahogando era superior a cualquier miedo que hubiese sentido en su vida, y eso que estaba acostumbrada a tener que vivir atenta a todo lo que ocurría a su alrededor. Ahora corrió con todas sus fuerzas, sus pies volaban por el suelo, se chocaba contra los árboles, pero estaba decidida a salir de allí con vida y unos arañazos eran mejor a morir.

—Me encanta que huyas… lo hace más emocionante… 

Sintió aquellas palabras como si se lo susurrasen en el oído, tan cerca de ella que un gemido de terror puro salió de su garganta. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, nublándole la visión a ratos. 

—Por favor…. Por favor… por favor… —el susurro se repetía una y otra vez, rezando en voz alta por encontrar la salida del pequeño bosque y no regresar al claro, como le había pasado antes.
—¡Ya está bien de correr!

Un grito que le destrozó la garganta salió de ella al ver aparecer delante suyo al ser, levantando el hacha para acabar con ella como con sus amigos. Lo esquivó por poco y continuó huyendo. Sentía que estaba perdiendo la cabeza, aquello no podía estar pasando, los sollozos se mezclaban con las apresuradas pisadas sobre las hojas caídas. Buscaba con la mirada cualquier señal que le indicara la salida, desesperada y cada vez más agobiada de no ver nada más que troncos y hojas. Pasó entre dos gruesos árboles, arañándose la espalda en el proceso y gritando por el dolor que le causó.

—¡Eso es! ¡Grita para mí! Sé que vas a estar deliciosa…

Una arcada subió por su garganta al pensar en lo que aquel ser acababa de decir. Salió de la trampa que eran los dos árboles y se chocó contra uno de los mausoleos. Estuvo a punto de besar la fría pared, pero no tenía tiempo para ello, ahora ya podía ubicarse en el cementerio, había memorizado el camino y enseguida supo por dónde debía ir.


Visualizó al fondo la gran verja que cerraba el campo santo y corrió hacia ella con las últimas fuerzas que tenía. Las piernas le pinchaban por la carrera y los pulmones parecían estar en carne viva del dolor que le suponía respirar, pero estaba decidida a salir de allí. Estaba cerca de la salida cuando un estruendo, parecido a un trueno ensordecedor, cruzó la noche, seguido del sonido de piedras al derrumbarse algo. Cerró los ojos con fuerza, no quería volver la vista atrás, no quería saber qué ocurría a su espalda, solo quería salir de allí y olvidarse de toda aquella pesadilla. Chocó contra algo duro y fuerte y abrió los ojos deseando que fuera la verja de entrada, pero su corazón se detuvo al ver que lo que tenía delante era metal, pero no de la gran portilla de entrada.

—¡No! ¡No! ¡No! —su cuerpo empezó a temblar, lleno de locura y desesperación, muerta de miedo porque al final aquella cosa la había captura.
—Gracias por irte de allí. No me hubiera gustado acabar contigo tan rápidamente —le besó en la frente, dejando en ella la marca de un beso de sangre que la marcaría para el resto de su vida.

Se apartó de aquel ser, empujándolo, manchándose así con la sangre de sus compañeros, y corriendo en la dirección opuesta, rezando por encontrar alguno de los mausoleos abierto y poder refugiarse en él. Buscó con la mirada en la oscura noche cualquier signo que le indicase un escondite, buscó frenética mientras escuchaba a su espalda y por todas partes la risa profunda del ser. Empujó con fuerza las puertas de los mausoleos que se iba encontrando. La desesperación pugnaba contra ella, estaba perdiendo las fuerzas de seguir luchando por salir de aquella. Los sollozos habían pasado a ser hipidos descontrolados, las lágrimas se mezclaban con el sudor por el esfuerzo y por el miedo que le recorría el cuerpo. Cuando iba a darlo todo por perdido, una de las puertas cedió y se precipitó al interior del mausoleo, cerrando la pesada puerta a sus espaldas.

Se dejó caer hasta el suelo pegada a la puerta, haciendo con su cuerpo el contrapeso necesario para mantenerla cerrada, aunque presentía que con eso no iba a hacer nada.

—¿Ya te has cansado de correr? —escuchó la voz al otro lado de la puerta.

Saltó de su posición, alejándose de allí, asqueada porque estuviese tan cerca de ella. No entendía nada de aquello, su mente iba a mil por hora, pero se sentía derrotada, muerta incluso antes de sentir el filo del hacha. Vio horrorizada cómo la puerta se abría poco a poco, dejando a la vista el hacha impregnada en sangre para dar paso a su portador.


—Por favor… —su voz salió entre los sollozos incontrolables. Su cuerpo temblaba, buscando con las manos la pared del fondo para pegarse a ella.
—La verdad es que no esperaba un regalo así, pero me alegro de haber venido a vuestra celebración —se acercó a ella lentamente hasta detenerse a escasos centímetros de su rostro —. Los humanos sois tan deliciosos.

Al terminar de hablar, acercó el rostro al de la chica, que apartó la cara, y le lamió desde la línea de la mandíbula hasta la raíz del pelo. Ella no paraba de temblar y de llorar, aterrada porque sus últimos recuerdos fueran así. Sintió el filo del hacha en su estómago, acariciándola como si fuesen las manos de su amante, arañando su piel, provocándole arañazos que comenzaban a sangrar.

—Aléjate de ella —una voz profunda surgió de la espalda del ser.
—Se acabó lo divertido —se mofó éste.

A partir de ese momento no fue capaz de identificar nada, sus sentidos empezaban a estar tan embotados a causa de todo lo ocurrido y visto, y por las heridas que había recibido del hacha en el estómago, unas heridas que sentía arder. Con las manos tapando esas heridas, intentando aliviar su tormento, se dejó caer de nuevo por la pared que tenía a su espalda hasta llegar al suelo, observando la imagen que tenía delante. Dos hombres luchando, uno con un hacha y el otro con una gran espada con una empuñadura repleta de filigranas que le recordaron, sin entender por qué, a la espada del ángel de mármol.

Antes de que el mundo desapareciera ante ella, creyó captar la voz del agónico ser antes de caer al suelo y desaparecer en una nube de polvo diciendo.

—Aunque yo muera, vendrán más, nunca descansarás. Ella será nuestra.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Sin miedo... ~ FanFic Anima Nigrum de Laura Nuño ~ Reina Negra

Este es un fic de uno de los microcuentos del libro Anima Nigrum de Laura Nuño. Uno de los que más me gustaron y del que necesité hacer un fic, porque el cuerpo me lo pedía. El microcuento del libro se llama A la caza del miedo, y mi relato se llama Sin miedo... 

También aprovecho a subirlo ahora para apuntarme a la iniciativa de la autora Teresa Cameselle para estas fechas de Halloween, llamado HALLOBLOGWEEN 2014. Este no será el único relato que suba, esta tarde o mañana subiré el otro que tengo, pero para abrir boca... os dejo con este pequeño relato. Espero que os guste...

Sin miedo...

Dejó el coche dos calles más abajo del lugar donde la fiesta de Halloween se estaba celebrando, prefería dejarlo allí para evitar posibles represalias que afectasen a su pequeña. Se tocó el bolsillo interior de la chaqueta, encontrando allí escondida la navaja que le gustaba tener en el maletero de su coche.

Siguió el sonido de la música y el ruido que los jóvenes hacían. Sintió todo el cuerpo en tensión a cada paso que daba, conocía muy bien lo que podía llegar a hacer si no pensaba más allá de la ira que sentía en esos momentos. Pero la rabia que había prendido en el centro de su pecho al ver a su hija llorar, no le dejaba nada más que el sabor amargo del azufre que tan bien conocía.

Giró en la última esquina y descubrió el descampado donde todos los jóvenes estaban gritando para poder hablar entre ellos, bailando o metiéndose mano a cualquier oportunidad que encontraban. No quería imaginarse a su hija allí, haciendo lo que esos chicos estaban haciendo tras un coche.

—Pagaros una habitación —susurró al pasar a su lado.

Buscó con la mirada al chico que sabía muy bien que había herido a su hija. Fue apartando a los chavales que se cruzaban en su camino, ajenos al peligro que significaba su presencia allí e intentando no caerse a causa de la borrachera que llevaban encima. Asqueado por el entorno, empezaba a cansarse de no encontrar a su presa, hasta que lo vio restregarse al culo de una joven en un estado de embriaguez preocupante. Buscó la mirada del chico y cuando sus ojos se cruzaron, le ordenó con el dedo que se acercara.

Sonrió al ver que dejaba a la chica a un lado y se acercaba a él como si fuera un pavo real, desplegando sus plumas y proclamando que era un dios entre aquellos jóvenes. Tendría que dar gracias a su aspecto amenazador porque una vez más volvían a confundirlo con un hombre con oscuros pretextos. Si ellos supieran…

—¿Qué pasa? —la voz le salía pastosa y su aliento olía a alcohol.
—Me gustaría enseñarte algo —señaló con la cabeza una zona apartada y completamente a oscuras.
—¿Es bueno lo que me vas a enseñar? —«Ah, la bravuconearía» pensó con regocijo.
—Yo nunca trabajo con algo malo.
—De acuerdo, vamos.

Dejó que el chico pasase por delante de él y le siguió hasta la oscuridad, hasta debajo del puente por donde pasaban los coches y podrían camuflar así lo que él tenía en mente. 



—Tío, no se ve una mierda.
—Puedes fiarte de mí, es mejor así.
—¿Por qué coño dices eso? 
—Porque ver cómo tus tripas caen al suelo no es algo agradable.

Con un rápido movimiento y, gracias a que el chico estaba demasiado borracho, le sujetó de las dos muñecas y lo empujó contra una de las paredes del túnel.

—¡Maricón de mierda! ¡Suéltame!

El chico intentó zafarse de su agarre, pataleando y lanzando la cabeza hacia atrás para golpearlo, pero sin existo. El hombre aprovechó el impulso del chico para estampar su cabeza contra la pared y dejarle inconsciente.

—Espero que no te hayas muerto todavía…


Varios minutos después, el chico empezó a emitir ruidos y a moverse, buscando una postura cómoda pero sin conseguirlo. Observó sus manos atadas por encima de la cabeza a una de las vigas del túnel, manteniéndolo de pie en mitad de aquel oscuro lugar.

—Por fin despiertas.

Al escuchar su voz, el chico levantó el rostro hasta él. Había encendido la linterna que llevaba en otro de sus bolsillo y la había colocado en una posición que les diera a los dos, pero sin levantar sospechas para cualquiera que pasase por allí en esos momentos. Salió de la semipenumbra, colocándose frente al muchacho.



—Al final he decidido que sí quiero que veas. Quiero que veas con tus propios ojos cómo te destrozo, como tú hiciste con mi niña.
—¡¿De qué coño hablas!? ¿Dónde está mi ropa? —gruñó al darse cuenta de que estaba desnudo.
—La ropa es el menor de tus problemas —dejó que el frío metal de su navaja acariciase el estómago del chaval —. Le advertí a mi niña que tuviese cuidado, que no se fiase de la gente como tú —subió el metal por su torso, acariciando la piel de su costado —, pero por desgracia, ha tenido que aprender la lección sufriendo. Y ¿Sabes una cosa? —esperó a que el chico negase con la cabeza — que tú también lo vas a aprender de la misma forma.
—Suélteme, no sé de qué me está hablando —sonrió llevando el afilado metal hasta su rostro.
—Quizás ahora no, pero dentro de un rato… lo sabrás — apretando la navaja contra la mejilla del chico, le cortó.

El grito de verdadero terror y dolor que salió de la garganta de su presa fue música para sus oídos y no el estruendo que le llegaba desde la entrada del puente.

—¿Sabes que los cerdos hacen el mismo sonido cuando les desangran? —se alejó de él para observar cómo la sangre corría por su mejilla y le manchaba el torso.
—¡Suéltame hijodeputa! 
—No, no, no… —dijo acercándose de nuevo, moviendo la navaja delante de su rostro — Deberías estarme agradecido por enseñarte algo valioso en tu miserable vida. Como iba diciendo —volvió a posar la navaja en su pecho y tuvo la satisfacción de ver cómo el chico intentaba alejarse de él, pero sin éxito —, a los pobres animales, se les desangra antes de acabar con sus vidas, así, se puede aprovechar todo el líquido para hacer unas buenas morcillas. El lugar elegido es el cuello, justo aquí —se lo mostró pinchándole con la punta de la navaja, sin llegar a hacerle una herida —, pero si yo lo hiciera igual… se me acabaría demasiado pronto el juego.

Sintió más que vio el escupitajo que el muchacho le lanzó al rostro al verse acorralado, siendo la única forma de defenderse.

—No aprendes, ¿verdad?

Un grito cruzó la noche, más desgarrador que el primero puesto que ahora el metal había entrado por completo en su cuerpo, justo encima de su corazón. Estuvo tentado de tirar para abajo del chuchillo, desgarrar la carne y partirle el corazón, pero se contuvo, disfrutando del grito, absorbiendo su fuerza.

Toda valentía, el aplomo chulesco con el que el muchacho le había afrontado hacía unos segundos, se había acabado. El dolor, y comprender que aquello no era un juego, habían hecho mella en él, haciendo que su rostro se llenase de lágrimas y su cuerpo luchase por escapar. Le observó a la luz de la linterna, temblaba, se movía y gritaba sin ninguna lógica, solo buscando huir de él. Sus manos atadas empezaban a acusar esos movimientos, abriéndose bajo la fina cuerda con la que lo había atado, haciendo que más sangre le bajase por los brazos, mezclándose con la de sus otras dos heridas.



Bajó la vista por su rostro, desencajado por el horror, el dolor y la locura; y adornado por el rojo de la sangre y la transparencia de las lágrimas. Así es cómo quería ver a aquel bastardo, que él sintiese lo que su pobre niña estaba sintiendo en esos momentos en su habitación. La herida del pecho sangraba profusamente, dejando ver que en su momento de furia, no había calculado demasiado su movimiento y había cortado parte de la subclavia. Él sabía que no había seccionado por completo la arteria, puesto que la sangre salía al ritmo de los latidos de su corazón, bombeando a la misma fuerza, pero sin llevar demasiada cantidad de sangre.

—He cometido un error —se lamentó —, tendré que darme un poco más de prisa de lo esperado.
—Déjeme —la súplica había llegado —. No le diré a nadie quién es, pero por favor, déjeme vivir.
—Tus promesas no te servirán para nada. El monstruo ha visto la luz, no volverá a la oscuridad hasta acabar.

La navaja brilló antes de clavarse en la pierna izquierda del chico, justo encima de la rodilla. Más gritos de dolor los envolvieron.

—No deberías chillar por esto… —el chico siguió gritando sin control, temblando ante él.

Sin apartar los ojos de su rostro, comenzó a subir el cuchillo por el muslo, sin sacarlo de su cuerpo. El músculo, los tendones, la piel, se abrían a su paso, dejando a la vista la carne, roja y pulsante por los movimientos. Supo exactamente por dónde debía llevar el cuchillo para evitar la arteria femoral, no pensaba darle a aquel despojo una muerte rápida. El olor cobrizo de la sangre inundo sus fosas nasales, impregnándolo todo con ese olor tan característico.

—Ten cuidado —le dijo apartándose y sacando el cuchillo a la altura de su ingle, al observar cómo el muchacho se hacía pis encima —. Creo que ha llegado el momento de explicar quién soy, ¿no? —le levantó el rostro con el cuchillo, haciendo que lo mirara —. Soy el padre de una de tus conquistas. No te voy a decir el nombre, porque seguramente ni lo recuerdes, pero te aseguro que me encargaré que ni muerto puedas descansar en paz. Y, créeme, que será así.
—Se… seguro que su hija… era una… — el chico tragó saliva por el esfuerzo de hablar — de las muchas… putas que me he follado.

Otra vez la furia nubló todo lo que había a su alrededor salvo el cuerpo que tenía delante. En esta ocasión, el cuchillo no se clavó en ninguna parte, seccionó de un solo movimiento la parte que aquel chico amaba más. El pene seccionado cayó al suelo con un ruido sordo tras los alaridos de su ex-dueño.

—Me estoy cansando de ti. Al final no has sido tan divertido. Tres cortecitos de nada y ya estás medio muerto —le empujó haciéndole girar, semi-inconsciente por la pérdida de sangre —. Además debo volver a mi casa, mi pequeña me necesita.


Observó a su presa girar y decidió que no se merecía un golpe de gracia rápido. Esperó a que volviese a estar de cara a él para estirar el brazo donde sujetaba el cuchillo y hundirlo en el bajo vientre del muchacho. Aprovechó su movimiento para continuar hasta el otro lado del abdomen, abriéndole por completo. Los gritos del chico se convirtieron en gorgoteos, buscando el aire que su cuerpo empezaba a necesitar con urgencia. La diversión se había acabado para él y se alejó para ver su obra.

La sangre lo bañaba todo, la piel del chico y el suelo debajo de sus pies, creando un charco casi negro a la luz de la luna y espeso al mezclarse con la tierra presente. Su muslo estaba completamente abierto por los forcejeos del chico, dejando a la vista el hueso y con parte del músculo colgando de la gran herida. Pero donde él más disfrutó, fue viendo cómo los intestinos del bastardo salían de su cuerpo y se ensuciaban, al llegar al suelo, de la mugre que se había ido acumulando allí.

—Una gran ironía. La mierda siempre se junta con mierda… —cogió su linterna y limpió su cuchillo en las ropas del chico.

Se alejó de allí, dejando a su espalda la respiración trabajosa de su víctima y sonriendo por lo que acababa de hacer. Más tarde llegarían las represalias, pero en ese momento, disfrutaba de la bestia que vivía en él.


—¡Eh! ¡Apartase del medio!

Un bocinazo y aquel grito llevaron a Damian de nuevo a la realidad. Estaba parado a pocos pasos de su coche y miró a su alrededor con desconcierto. Levantó una mano pidiendo perdón al conductor y se ubicó de nuevo.

Había ido en busca del miedo, en busca de lo que había hecho que su niña estuviera destrozada. Su mente le había hecho divagar con lo que su monstruo interior disfrutaría y, siendo sincero, su corazón y su cuerpo estaban atentos, alertas y dispuestos a pasar a la acción, pero su promesa tenía más fuerza. 

—No te abandonaré pequeña…

Con esa plegaria, avanzó por las calles hasta la fiesta, donde estaba el bastardo, aquel que había hecho llorar a su hija y el que aprendería por las buenas que con ella no se jugaba. No utilizaría su navaja, pero tenía dos buenas razones para que el chico captase a la primera que con ellos no se jugaba.