martes, 15 de abril de 2014

Puro ~ FanFic Dual Gun - Lehanan Aida ~ Reina Negra

Aquí os dejo un regalito rápido y a contrarreloj para una señorita que se lo merece....

FELIZ CUMPLE LEHANAN!!!!! Espero que te guste <3

Os pongo los enlaces a su DA y Tumblr, para que disfrutéis de lo que hace XP.

Los personajes son los protas de Dual Gun uno de sus proyectos Joe y Lena ^^ --> Dual Gun

El relato está basado en esta imagen.

~~PURO ~~

Sabía que no debería estar persiguiéndola, que tendría que estar a refugio y no en las sombras bajo la fuerte lluvia que caía sobre la ciudad. Pero la curiosidad le había llevado a estar allí, observando en la lejanía el suave balanceo de sus caderas.

Joe se mantenía oculto entre las sombras, lejos del alcance de la visión de Lena y de quien fuese con quien se iba a reunir. No tendría que importarle lo que aquella mujer hiciera en su vida, cada uno tenía su destino y los breves encuentros que tenían eran tensos y siempre acababan peleándose o… «no necesitas pensar en eso ahora». Respiró hondo, tratando de calmar su cuerpo y concentrarse en la tarea que estaba llevando a cabo.

Había regresado a la ciudad después de varios días fuera en una de las tantas incursiones que tenía que hacer cada cierto tiempo, y lo primero que vio al llegar a la calle donde quedaba el burdel donde Lena trabajaba, fue a la susodicha salir por una de las puertas laterales. Cualquiera que la hubiese visto no podría reconocerla bajo la enorme sombrilla que llevaba y que le servía para huir de la lluvia, pero él conocía demasiado bien ese decadente movimiento de caderas que invitaba a que un hombre dejase volar a su imaginación. Sin pensar en nada más ató a su caballo en uno de los postes y decidió seguirla, la curiosidad fue más fuerte que el calor del fuego acompañado de un vaso de whisky.

Se pegó a la pared del edificio que tenía a la espalda, ocultándose todavía más entre las sombras, al ver cómo Lena se detenía al final del callejón, esperando. Joe observó los alrededores en busca de cualquier movimiento, de algo que le indicase con quién se iba a reunir a aquellas horas de la noche. Al otro lado de la calle observó una sombra menuda que cruzó después de mirar a ambos lados de la misma y pararse al lado de Lena, pero manteniendo las distancias. Se fijó en cada uno de los movimientos de las dos personas, captando todos los detalles y reteniéndolos para investigar más adelante.

Lena sacó un pequeño saco de los pliegues de su falda y se lo tendió a la pequeña sombra mientras le hablaba. No era capaz de escuchar lo que ella estaba diciendo por culpa del sonido que las gotas de agua hacían al chocar contra la madera de los edificios, pero, por los gestos, comprendió que ese intercambio no era casual, ya había sucedido más veces en el pasado. Se alejó deprisa de allí al ver cómo las dos sombras se alejaban, y Lena regresaba sobre sus pasos, de vuelta al burdel.


Entró por la puerta lateral por la que había salido, dejando que el agua cayera desde la sombrilla al suelo, marcando su camino con las gotas que iban formándose en la gastada madera a su paso. No se molestó en mirar si alguien la descubría llegar a esas horas, mojada y claramente con prisas por llegar cuanto antes a su cuarto. Lena no pensaba dar explicaciones a nadie, trabaja en aquel burdel porque no le quedaba otra, pero nadie era dueño absoluto de ella. Podrían controlar su cuerpo, pero no su vida. Cerró la puerta de su alcoba apoyándose en ella, cerrando los ojos y suspirando.

En ese momento no quería encontrarse con nadie, ni siquiera con las compañeras con las que había conseguido entablar una amistad y que trabajan allí con ella. Cada vez que regresaba de esos encuentros necesitaba tiempo para calmarse. A pesar de saberse a salvo, no podía evitar que su cuerpo temblara cuando cruzaba esa puerta y todo acababa. Toda la tensión que acumulaba cada noche que salía desaparecía en la soledad de su alcoba, dejándola débil y sin defensas ante el cruel mundo.

Se separó de la puerta dejando la sombrilla caer al lado de esta. Fue despojándose de la ropa mojada, a pesar de intentar protegerse con la pequeña sombrilla su ropa había quedado empapada, sobre todo el bajo de su abultado vestido. Soltó las cintas que lo sujetaban entre sus pechos, deslizando la suave tela por cada uno de los ojales hasta que quedó laxa alrededor de sus caderas, que, con un estudiado movimiento, movió para deslizar el resto de la tela por su cuerpo, dejándola con el corsé, la ropa interior y las ligas como única protección en su cuerpo. Estaba orgullosa del cuerpo de mujer que había conseguido, era vanidosa, todo el mundo lo sabía y ella no trataba de ocultarlo. Conocía demasiado bien las debilidades de los hombres y sabía que su cuerpo era su mejor arma, aunque nunca salía del burdel sin el puñal que años atrás le regalaron y llevaba atado en su muslo derecho.

Como antes había hecho con las cintas del corpiño del vestido, ahora comenzó a desatar las cintas del corsé antes de quitarse las mangas de rejilla que adornaban sus antebrazos. Con cada cinta que aflojaba volvía a respirar mejor, esas prendas le encantaban, hacían que su cuerpo pasara de bonito a irresistible, pero admitía que eran una trampa para cualquier mujer. También era una ventaja tener la ropa de una mujer soltera, todo se ataba y desataba por delante, sin necesidad de que otra persona la ayudase en esa labor.

Sentía el corsé suelto en torno a su torso, le quedaban apenas dos cintas para desatarlo por completo y dejar al descubierto sus pechos cuando un ruido a su espalda la detuvo. Rápida como el viento, llevó su mano al cuchillo que guardaba en el muslo y lo agarró con fuerza antes de que la persona que estaba en su alcoba se la echase encima y la sujetase en un fuerte abrazo. Sintió la humedad de la camisa del hombre que la mantenía presa y su olor la envolvió, sin embargo, saber quién era no le impidió acercar el cuchillo a la garganta del hombre.

—Tienes suerte de que no quiera manchar mi ropa de sangre, Joe.
—No te preocupes, tampoco era mi intención que lo hicieras —su voz sonaba ronca y Lena cerró los ojos, su voz siempre lograba perturbarla, y escucharla al lado de su oído no ayudaba.
—¿Qué haces aquí? —dijo secamente, ocultando su nerviosismo —¿Sabes que es de mala educación no llamar a la puerta?
—Estaba dentro antes de que tú entraras.

Lena contuvo el aliento, «así que me ha visto, ha visto todo lo que he hecho», ese pensamiento le cruzó la mente revolviendo su interior. No le gustaba que hubiese visto su momento de debilidad, aunque saber que la había mirado, que había estado bajo el escrutinio de esa intensa mirada, hizo que su cuerpo cobrara vida.

—No te tenía por un voyeur, querido.
—Ya sabes que a mí me gusta la acción.

Acompañó esas palabras con un movimiento de sus caderas, apresándola más contra su cuerpo, para que Lena notase su turgente erección. Retuvo el jadeo que escapaba de su boca justo a tiempo. Joe estaba duro, muy duro, y solo por ver cómo se desnudaba. Sus encuentros no solían ser así, ella nunca le permitía tomarse tantas libertades, le mantenía donde ella podía controlar todo lo que pasaba entre ellos, perder el control no le gustaba.

—¿No vas a bajar el cuchillo? —su voz sonó aún más cerca de su oído derecho.
—¿Por qué debería de hacerlo? —la mano izquierda de Joe subió por su costado, acariciando levemente la piel que quedaba al descubierto de su pecho entre las cintas del corsé, siguiendo su ascenso, recorriendo la suave piel, para detenerse en su cuello.

Lena giró el rostro para enfrentar su mirada, buscando sus ojos y descubrir qué había ocurrido para que Joe se comportara de esa forma. Su miraba la asustó, nunca había visto tanta determinación en sus ojos, tenía el ceño contraído y no le quitaba el ojo de encima. Se pasó la lengua por los labios en un gesto nervioso, Joe era uno de los pocos hombres que conseguían alterarla, que hacían que su mundo tambalease.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó sin apartar la mirada —¿No has podido esperar? ¿Tantas ganas tienes de foll…?
—¿A dónde fuiste antes? —su voz sonó dura, sin dejar la oportunidad de esquivar esa pregunta.

Lena le miró y no pudo evitar que su corazón se acelerase, «me ha seguido, sabe lo que he hecho». Luchó por soltarse de su agarre, moviéndose entre sus brazos, pero lo único que consiguió fue que las manos de Joe se apretaran más contra su cuerpo, incluso su mano derecha buscó decidida su entrepierna. Soltó un jadeo al sentir sus cálidos dedos buscar su feminidad entre la poca ropa que la cubría.

—Contéstame Lena —otra vez esa voz fuerte, segura y que no dejaba margen a negarse.

Apretó más el cuchillo contra la piel de su cuello, buscando asustarle y que la soltara, ambos sabían que era capaz de utilizarlo sin ningún miedo, sin vacilar. Joe siseó al sentir la afilada hoja en su garganta y notar el escozor del pequeño corte que seguramente le había hecho. A pesar de ello, continuó con el movimiento de su mano derecha, hallando por fin el sexo de Lena. Deslizó dos dedos por sus pliegues sin apartar la mirada de los intensos ojos verdes, observando cómo sus pupilas se dilataban.

—Suéltame, me estás mojando —siseó agarrándole la mano que le envolvía el cuello.
—No, tú serás quien me moje a mí —gruñó momentos antes de introducir sus dedos en el interior de Lena, descubriendo para su asombro lo mojada que estaba, delatando el deseo que sentía — ¿De verdad quieres que te suelte? —sus bocas se encontraban a escasos centímetros.
—Maldito bastardo —dejó caer el cuchillo, rindiéndose a lo que Joe le estaba provocando «solo hoy, solo esta vez», pero luchó por liberarse.

Empujó el cuerpo de Joe, con sus manos intentó alejarlo de ella, pero sin resultado. La mano que Joe mantenía sobre su sexo seguía dentro de ella, acariciándola sin darle un respiro. La torturo, a cada movimiento que ella hacía para salir de su abrazo Joe impartía más velocidad a sus dedos, jugando con su interior y el clítoris de Lena, que empezaba a inflamarse por el deseo. Finalmente se detuvo, las caricias que él le estaba prodigando habían su nublado, que ahora solo quería acabar con el fuerte anhelo que palpitaba entre sus piernas.

Joe sonrió al saberse ganador de esa lucha. Con su mano izquierda giró el rostro de Lena completamente hacia él y la besó sin reservas. Sus lenguas se encontraron en una lucha tan feroz que ambos perdieron el control con demasiada facilidad. Lena sabía que estaba a su total disponibilidad, Joe la sujetaba y ella solo era capaz de dejar que él continuara con sus atenciones. A la vez que la besaba, su otra mano la atormentaba en su parte más sensible, entrando y saliendo de ella, esparciendo sus fluidos y acariciándole el clítoris, despertando todavía más su deseo.

Rompieron el beso para recuperar el aliento, jadeantes. Joe la giró entre sus brazos, alejando la mano de su sexo, arrancando una protesta de Lena por el vacío que sintió al verse alejada de ella. Sin perder tiempo, las manos masculinas acabaron de quitarle el corsé, dejando al descubierto los hinchados pechos, que proclamaban su atención.

—¿Dónde fuiste? —Joe le preguntó a la vez que pellizcaba con dos dedos la inhiesta cima de uno de los pezones de Lena.
—¡Joe! —Lena solo pudo agarrarse a los anchos hombros de Joe ante ese inesperado acto
— Por favor… —jadeó.
—Contéstame.
—No te importa —había recuperado un poco el control por el inesperado dolor y el placer que lo siguió, antes de poder contestarle.
—Sí, sí me importa —dijo soltando de golpe el pezón que mantenía entre sus dedos.

El grito que Lena exhaló demostró lo excitada que se sentía a pesar de haber sentido el dolor punzante por ese gesto. Tenía que alejarse de él, ahora no la sujetaba, podía huir, sin embargo, su cuerpo no se movió, continuó sujetando sus hombros. Su mirada continuaba clavada en la de Joe, desafiándolo, no iba a decirle dónde había estado ni con quién, él lo sabía, lo veía en sus ojos. Ninguno se movió, solamente se miraban, atrapados por el momento, uno intentando recuperar el control y la otra luchando consigo misma y su deseo. Lena dejó caer las manos hacia su pecho, acariciando el fino vello que asomaba por la camisa desabrochada. Continuó con su movimiento al no ver una señal que le indicara que él no quería eso, desató los últimos botones, descubriendo por completo su cuerpo. Recorrió su duro torso, acariciándolo desde la cintura a los hombros, pasando por los duros pezones. Joe no se movió, mantenía la mandíbula apretada, mirándola sin parpadear apenas.

La mojada camisa cayó al suelo junto a su vestido, dejando a Joe desnudo de cintura para arriba. Si era sincera consigo misma, Joe no le era indiferente, a lo largo de su vida habían pasado muchos hombres, y alguna mujer, por su cama, pero con él era diferente. No era amor, ella se negaba a sentir ese sentimiento por alguien, pero Joe era una constante en su vida. Se asustó y no pudo evitar estremecerse al escuchar su gutural gruñido antes de que la sujetara con fuerza por el pelo y poseyera de nuevo su boca, esta vez con una brutalidad que no conocía en él, como si de verdad necesitase aquello para vivir.

Dejó que él llevara la batuta por una vez, la faceta que Joe estaba dejando salir esa noche no la conocía y, desgraciadamente, a ella le estaba gustando demasiado. Pronto se vio arrastrada hacia la cama con el peso de Joe sobre ella, besándola, atacando cada rincón de su boca. Se alejó de ella, deslizando la lengua por su mandíbula, por su cuello, dibujando la fina línea de su clavícula para llegar al pezón que antes apretó sin piedad. Lena jadeó y arqueó el cuerpo en busca de la caricia, enredando sus dedos en el húmedo cabello de Joe.

—No —Joe se alejó de ella sujetándole las dos manos con una de las suyas y las subió por encima de su cabeza.
—¿Cómo qué no? —Lena se retorció buscando librarse del agarre.
Joe se quitó el cinturón y, con un rápido movimiento, amarró las manos de Lena con él, apretándolo hasta que la hebilla quedó contra su piel, dejándola sin posibilidad de desatarse y a él con el control total.
—¡Quítame esto! —le exigió enseñándole las manos.

La única respuesta de Joe fue sonreír de medio lado a la vez que sujetaba la parte del cinturón que quedaba suelta y regresaba a atender su tenso pezón. Lena gimió por las fuertes sensaciones que la lengua de Joe estaba ocasionándole al torturar su sensible carne. Luchó por liberar sus manos, pero él la mantenía sujeta, tirando del cinturón con cada movimiento y ocasionando que cada vez éste se apretara más en sus muñecas. La mezcla de las punzadas en sus muñecas con las suaves e insistentes caricias en su pecho estaban volviéndola loca.

—Eso es… —murmuró Joe contra su piel en aprobación.

Lena había dejado de tirar de la sujeción, jadeando por sentirle sobre ella y sin dejarle otro remedio que sentir lo que su cuerpo estaba experimentando. Ella no entendía cómo esa situación estaba consiguiendo que se perdiera en el placer, se notaba más mojada que nunca antes, si Joe bajase en ese momento su mano a su entrepierna, descubriría lo excitada que estaba. Se arqueó contra su boca, buscando su calor otra vez, al hablar se había alejado y lo añoraba.

—Joe… —gimió mirándolo.
—¿Qué necesitas? —sopló sobre el húmedo pezón.
—Cualquier cosa, pero ya —exigió, restregando su cuerpo contra los pantalones de Joe.

Le observó sonreír de nuevo y Lena se preparó para que su boca regresara a su pezón, sin embargo, Joe se alejó más de ella y, justo cuando iba a protestar por su lejanía, él bajó la boca a su sexo. No tuvo compasión por ella, y succionó sin piedad el duro clítoris. Lena se arqueó,  clavando los talones en el colchón y levantándose de la cama casi por completo, mientras dejaba escapar un grito y sus manos se crispaban alrededor del cinturón.

—Tu cuerpo me dice lo que necesitas —gimió al separarse de ella —.Tu cuerpo llora por mis caricias —con la mano libre, Joe recogió los fluidos que empapaban su sexo y se llevó los dedos a la boca, chupándolos para que Lena le observara.
—Dios sí…

Lena se le estaba ofreciendo por completo y él no iba a desaprovechar esa oportunidad. Volvió a atacar su hinchado sexo sin piedad, manteniendo sus manos sujetas para que ella no intentase ninguno de los trucos que utilizaba con él. La atormentó con la lengua, con sus dedos, entrando y saliendo de ella a la misma velocidad que su lengua torturaba su apretado punto de placer. Escuchaba los jadeos de Lena y sentía en sus dedos que estaba a punto de llegar al orgasmo «lo siento cariño», pensó antes de alejarse de ella, despojándola de su calor.

—¡Nooo! —Lena gritó al verse tan cerca del orgasmo.

No le habló, se separó de ella, incorporándose pero sin soltarla y se despojó de los pantalones, dejando a la vista la fuerte erección que se erguía orgullosa en su dirección. Se subió a la cama con ella, colocándose entre sus piernas y subiendo sus manos atadas por encima de su cabeza.

—No voy a parar, aunque me lo ruegues, seguiré —Lena jadeó al sentir la sedosa cabeza del duro miembro contra sus pliegues.

Joe le sujetó las caderas con la mano libre, reteniéndola contra la cama, impidiendo cualquier movimiento por su parte. Entró en ella de una sola embestida, sin despegar la mirada de la suya, haciendo chocar su cuerpo directamente contra el torturado clítoris. Con el primer envite, Lena jadeó, con el segundo, explotó en un fuerte orgasmo que le cruzó el cuerpo entero, estremeciéndola. Se ciñó sobre el duro miembro de Joe, que no se detuvo, continuó entrando y saliendo de ella de esa forma tan bestial, pero que no le generaba dolor, sino el placer más primitivo. Se estaba volviendo loca, el orgasmo parecía no acabar, incluso cuando los espasmos cesaron, su cuerpo estaba demasiado sensible para soportar ese demoledor ritmo.

—Joe… no puedo… por favor… —Lena odiaba tener que rogar por algo en su vida.
—No, acepta lo que te doy.

Cerró las manos en torno al cinturón con fuerza, echando la cabeza hacia atrás, gimiendo como nunca antes lo había hecho, lastimándose la garganta. Joe la taladraba sin descanso, sin disminuir ni un ápice sus embestidas y haciendo que el deseo volviera a crecer en su interior. ÉL sabía cómo moverse, buscar cada rincón de su cuerpo y, sobre todo, acariciar con la base de su pene el sensibilizado clítoris. Lena no creía ser capaz de soportar otro orgasmo, el primero por poco la parte en dos y temía lo que un segundo orgasmo haría en su cuerpo.

Los jadeos de ambos se mezclaban, sus cuerpos sudorosos se unían en la locura del deseo y Joe no podía apartar la mirada del rostro y del sonrojado cuerpo de Lena. Estaba maravillado con ella, en lo que su cuerpo le estaba entregando sin reservas. Sentía la tensión en sus testículos, lo que le indicaba que pronto su propio orgasmo llegaría, embistió en ella a la vez que con la mano que sujetaba la cadera de Lena se movía entre ellos para acariciar el centro de su placer.

—¡Oh Dios!

El cuerpo de Lena se tensó en torno a él, apresándolo aún más en su resbaladizo túnel. Se pegó a ella para besarla, capturando su boca en un beso tan exigente como lo estaba siendo su cuerpo. El grito de Lena al llegar a la cima del clímax quedó sofocado en su boca, mezclado con su propio gruñido de satisfacción al vaciarse dentro de la mujer. Continuó embistiendo contra ella hasta que su cuerpo no fue capaz de soportarlo más y se dejó caer a su lado en la cama. Le soltó las muñecas, lanzando el cinturón al suelo junto al resto de la ropa y le acarició las muñecas para calmarle cualquier dolor.

Sus miradas volvieron a encontrarse, saciados sus cuerpos, ahora eran los sentimientos quienes hablaban, pero ninguno de los dos quería ver más allá del acto desgarrador que acababan de compartir, por una vez, no escarbarían en sus vidas personales. Joe observó cómo los ojos de Lena bajaban hasta su cuello, donde seguramente tendría el corte que antes le ocasionó con el cuchillo y le acariciaba con sus delicados dedos.

—No deberías andar sola por los callejones de noche —le recordó.
—Es mi vida, Joe. Se cuidar de mí misma.

Lena se dio la vuelta, separándose de él, rodando por la cama para levantarse y alejarse de ese momento. Joe alargó la mano y la sujetó por el brazo antes de que pudiera huir, y volvió a tumbarla a su lado, de espaldas, pegándola completamente a su pecho. Enterró la cara en el cuello de Lena, inspirando su aroma y acariciando su pierna en unos movimientos lentos que buscaban que se relajara entre sus brazos.

«Una noche, un momento. Un sentimiento tan puro como el deseo no va a destrozarte…» pensó entre los brazos del hombre que alteraba todo su cuerpo, dejándose arrastrar por la tranquilidad que le estaba transmitiendo.

Se despertó sola en su alcoba por los fuertes golpes que alguien estaba dando en su puerta. De un rápido movimiento se incorporó en la cama mirando a su lado, buscando a Joe, pero él ya no estaba a su lado. Se sorprendió a si misma al colocar una mano sobre las sábanas, buscando el calor del hombre que aún permanecía en ellas.

 —¡¿Lena estás ahí?!
—¡Sí, pasa!

Suspiró aliviada por la interrupción de una de sus compañeras, que enseguida saltó a su cama y empezó a relatarle los acontecimientos más jugosos de la noche en el burdel. Pero una parte de ella no podía apartar los pensamientos de la noche anterior y de cómo dejó que Joe tomase lo que él quisiera de su cuerpo.